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J. GÓMEZ PEÑA
Jueves, 3 de julio 2008, 09:57
Sylvie Voet no se había visto en otra así. Ante un juez. Ella, que era sólo la esposa de un simple masajista. Ama de casa. Sus labores: la familia, la casa, la compra. Llenar la nevera. De eso le habló al juez del 'caso Festina' -red de dopaje desarticulada durante el Tour de 1998-. La señora Voet se quejó ante el magistrado porque en su frigorífico apenas había espacio para los yogures, la leche o la carne. Todas las baldas estaban llenas de fármacos, de EPO, hormonas y otros contenidos para la jeringa. Para correr; no para comer. Lo de las medicinas era cosa de su marido, Willy Voet, auxiliar en el equipo Festina. Un tipo sin historia hasta el 8 de julio de ese año.
El esposo de Sylvie no hizo caso esa mañana. El médico del conjunto francés, Eric Rijkaert, le había aconsejado esquivar las autopistas. «Vete por carreteras secundarias». Furtivo. ¿Por qué la cautela si Voet simplemente llevaba material al puerto de Calais con destino al inicio el Tour, que ese año arrancaba desde Dublín? Por eso, por el 'material'. Era un coche dopado. En el maletero viajaban 400 dosis de productos ilegales en el deporte, sobre todo EPO, la 'reina' entonces, la poción mágica, indetectable. Para Voet era un trámite. Lo de siempre. «¡Qué me iba a pasar. Nos creíamos intocables! Podíamos ir a 200 por una autopista y te salvabas regalándole un maillot al gendarme de turno», declaró en el diario 'As'. Eso no le sirvió aquel 8 de julio, víspera del Tour.
En Neuville-en-Ferrain, un pueblo cosido en la frontera franco-belga, le esperaba la policía de aduanas. Agazapada. «¿Algo que declarar?». Voet supo que estaba perdido. Los agentes conocían su nombre sin pedirle la documentación. Fueron directos al maletero. Un chivatazo. El arsenal era digno de un Tour: unas 200 ampollas de EPO, casi cien de hormona de crecimiento y docenas de cajas de testosterona. O sea: fuerza y oxígeno en cápsulas. Voet acabó esposado. Ahora que la nevera de Sylvie estaba ya vacía, comenzaban a llenarse los calabozos de las comisarías francesas. Por allí pasaron los ciclistas, el médico y los directores del Festina. Interrogados. Tratados como narcotraficantes.
Ryckaert, el médico, y Roussel, el director, fueron detenidos el 15 de julio. Dos días después, con la carrera ya en el Macizo Central, la dirección expulsó a los nueve ciclistas del Festina: Virenque, Zulle, Dufaux, Brochard, Hervé, Stephens, Moreau, Rous y Meier. Las portadas de los periódicos se mojaron con la lágrimas de Virenque, ídolo nacional galo. El día 23 en la comisaría de Lyon, Brochard, Dufaux, Meier y Zulle confesaron haberse dopado -luego cantaron el resto-.
En el Tour, mientras, continuaban los registros y los parones. Como protesta, los equipos españoles (Once, Banesto, Kelme, Vitalicio) y el Riso Scotti italiano abandonaron la ronda. El día 30 fue detenido el líder de la Montaña, Rodolfo Massi. Su habitación parecía un dispensario de fármacos. A la mañana siguiente dejó el Tour el equipo TVM. Sólo quedaban 86 dorsales. Al borde del cierre.
«El ciclismo había ido demasiado lejos. A la deriva. Toda Francia quería que el Tour parara. Pero yo me negué», recuerda Leblanc, entonces director de la carrera. «Eso no hubiera solucionado -añade- el problema del dopaje. La solución estaba dentro del ciclismo. Había que cambiar la mentalidad de los directores, de los corredores». Hubo reacción. En 2001, la EPO fue ya visible en los controles. Y se creó la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Los laboratorios de la Unión Ciclista Internacional (UCI) comenzaron a tejer una malla para atrapar a los tramposos. Pero ni así.
Sin freno
El caso es que en 1998 empezó un escándalo capitular, sin fin hasta ahora. En 1999, varios ciclistas del Mapei fueron detenidos durante los Tres Días de la Panne; Vandenbroucke apareció implicado en una trama de dopaje y Pantani fue expulsado de un Giro que tenía ganado por superar la tasa de hematocrito.
En 2001, el Giro se convirtió en una locura de registros; Dario Frigo salió expulsado, y apareció una jeringa con insulina en la habitación de Pantani. En 2002, Garzelli, líder del Giro, dio positivo. En el Tour de ese año, la esposa de Rumsas fue detenida con un cargamento de dopantes. En la Vuelta de 2004, Hamilton y Santi Pérez cayeron por las transfusiones sanguíneas. Un año más tarde, el positivo por EPO de Heras rompió la ronda española. Ciclismo en caída libre.
2006 resultó el colmo: la 'Operación Puerto' descubrió un ovillo de dopaje en torno al médico canario Eufemiano Fuentes. Entre sus clientes estaban Ullrich, Basso, Mancebo, Sevilla y los equipos Liberty y Comunidad Valenciana. El Tour de esa temporada lo ganó Landis. Tres días después de llegar a París se supo de su positivo por testosterona. «Aquello fue un tiro en la nuca», maldice Leblanc.
Pero no. Hubo más puntillas: en 2007, Vinokourov dio positivo en la 'Grande Boucle' y Rasmussen, líder total de la carrera, fue apartado por su equipo, el Rabobank, después de haber esquivado dos controles antidopaje previos al Tour. Durante esta década en la ciénaga, se han oscurecido incluso fragmentos del ciclismo anterior.
Riis, Zabel y otros componentes del Telekom confesaron haber recurrido a la EPO en el Tour de 1996, el que Induráin perdió ante Riis. La historia de siempre y que aún no ha encontrado su final. Por un momento, pareció que la cumbre era el 'caso Festina'. El punto y final. Y no. De momento, el muerto sigue cumpliendo años: diez.
Ahora, diez años después, Willy Voet sigue conduciendo. Un autobús de línea. Tiene la nevera a rebosar. Vendió sólo en Francia 300.000 ejemplares del libro en el que relata aquel julio de 1998. Lo tituló: 'Masacre en cadena'. Premonitorio.
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