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Lunes, 18 de febrero 2008, 03:28
i. álvarez bilbao
La carrera más larga en la historia de los taxis está en manos del vizcaíno Carlos Arrese. En 1994 inscribió su nombre en el libro de los récords tras cubrir, en un taxi inglés y en compañía de dos amigos, Jeremy Levine y Mark Aylett, 32.000 kilómetros; los que distan entre Londres y Ciudad El Cabo. Desbancaron, con mucho, del glosario de las plusmarcas a dos finlandeses que habían hecho 24.000 kilómetros seguidos en taxi. El trayecto discurrió a lo largo de diecisiete países, a una media de 500 kilómetros diarios, con jornadas cargadas de situaciones límite, quema del motor incluida.
Catorce años después, este licenciado en Derecho sestaoarra afincado en Estella, donde trabaja como visitador médico, rescata para el álbum de su memoria la belleza de rasgos latinos de las mujeres del Cuerno de África, el verdor de los paisajes etíopes y el esplendor de las tierras sudafricanas, «auténtico regalo para los ojos». Aquel reto se prolongó durante cuatro meses. Arrese llegó por los pelos a la boda de su hermano. No obstante, pocas similitudes se encuentran en esta ruta épica con la que prepara Huélamo.
Para empezar, una treintena de entidades británicas apoyaron económicamente la aventura. 'El maratón del taxi de Londres', como se denominó, contó con un presupuesto de cinco millones de pesetas y el aliento incondicional de las embajadas británicas en los distintos países, del Foreing Office, de la Asociación Nacional del Taxi de Inglaterra y hasta de la casa real inglesa. Felipe de Edimburgo es presidente honorífico del colectivo que aglutina a los taxistas de esta asociación y los tres amigos tuvieron «una charla con él», recuerda hoy Arrese. El marido de la reina de Inglaterra hizo el acto de bajada de bandera el 4 de junio de 1994 a las puertas del Palacio de Buckingham. El taxímetro marcaría a la vuelta 63.500 dólares, ésa fue la moneda elegida.
«Oír que un inglés se ha cogido un año sabático para ir a cazar mariposas a Sumatra nos parece una auténtica locura. Pero a los ingleses no, son mucho más diversificados. Nosotros éramos unos jóvenes muy salados que íbamos a realizar una hazaña. Por eso no tuvieron reparo en ayudarnos. Recuerdo que a la vuelta tuve alguna entrevista de trabajo en España y, cuando salía el tema del viaje, me miraban raro. '¿Y dejó el trabajo?', me preguntaban», explica Arrese, hoy casado y con dos hijas. Lo cierto es que también contactaron con el Ministerio de Asuntos Exteriores español y enviaron una carta al Príncipe de Asturias. «De príncipe Felipe a príncipe Felipe», bromea. «Quizá también quiere colaborar». Se equivocaron.
La idea fue adquiriendo cuerpo cuando los tres se tomaron «en serio» una conversación de una noche de copas. «Cada uno empezó a acordarse de los amigos que tenía en diferentes partes del mundo. Alguien habló de Durban, Sudáfrica. ¿Por qué no?». Fueron descartando medios de transporte y acabaron en un taxi inglés. «Este toque de color 'british' nos abrirá muchas puertas», pensaron. Las cosas se precipitaron. Compraron el vehículo y la Asociación Nacional del Taxi les eximió de realizar el examen obligatorio para obtener la licencia exigida para ponerse al volante de un vehículo de estas caratcerísticas.
Con una guía Michelin
Se hicieron con una guía Michelin y se marcaron un plazo. Octubre a más tardar. Eligieron entrar a tierras africanas por la ruta del Medio Oriente porque era la única que aseguraba carreteras de asfalto y no pistas forestales. Aun así, estuvieron sujetos a todo tipo de imprevistos. Una compañía naviera se prestó a financiar los portes para que pudieran atravesar el Mar Rojo desde el Golfo de Akaba, en Jordania, en uno de sus barcos, pero los jóvenes no llegaron a tiempo. «Sucedió lo increíble. El barco nos esperó después en Yeddah (Arabia Saudí) y nos llevó hasta Eritrea», recuerda Carlos Arrese. La familia real saudí les facilitó un salvoconducto y el Gobierno de Eritrea les puso escolta militar para cruzar el país, por tratarse de una zona inestable.
Así las cosas, hubo que ingeniárselas para cruzar más de una aduana. Jeremy Levine y Mark Aylett, con pasaporte inglés, no pasaron ningún apuro. No así Carlos Arrese, que se vio «convenciendo a un funcionario de Malawi de que España estaba adscrita a la Commonwealth». En otros lugares, se vieron ofreciendo una «gratificación» económica en la frontera para acelerar los trámites de certificación de los visados. Carlos Arrese tiene más imágenes grabadas, como la de aquella vez que se les echó el tiempo encima y no hubo manera de encontrar un jergón donde dormir. El taxi se convirtió en su hotel en una noche estrellada en mitad del continente africano. De un lado llegaban los balidos de las ovejas. Del otro, los rugidos de las fieras.
Resultó que el coche se gripó cuando estaban llegando en Nairobi. Días después, en valija diplomática con remite inglés llegarían las piezas necesarias. Y llegaron, por fin, a Durban, y a Ciudad del Cabo, donde tenían una cita con Nelson Mandela. «Nos dijeron que hacía una semana que le habían operado a corazón abierto y en su lugar acudieron el ministro de Deportes y la alcaldesa de la ciudad». Los tres muchachos se vieron contando la hazaña en la prensa local.
«Es una experiencia inigualable, vital, que tengo tapada, aunque no olvidada. No me reportó ningún dinero ni trabajo. Pero fue algo verdaderamente único», recuerda Arrese. Años después, el sestaoarra aún mantiene contacto con la que fuera cónsul de Adis Abeba. «Su novio de entonces se apellidaba Skywalker, como el protagonista de la trilogía original de 'La guerra de las galaxias'», recuerda divertido. El taxi se acabó subastando. Los beneficios fueron a parar al colectivo humanitario 'Save the children'. Pero, aparte de la de África, hizo más carreras, y más largas. Ésta sólo fue el comienzo.
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