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ISABEL URRUTIA
Miércoles, 12 de diciembre 2007, 10:05
Mide 1,91 metros y a veces ni entra en los órganos históricos del siglo XVII. Con las rodillas bajo la barbilla, no hay forma humana de ejecutar ni medio compás. Ahora bien, nada que objetar cuando se trata de ponerse delante de «un instrumento moderno y fastuoso, que deja maravillados a los especialistas y, mira, lo tenemos aquí mismo, en Bilbao», apunta el organista Daniel Oyarzabal (Vitoria, 1972), que tocará mañana y el viernes en el Euskalduna con la BOS y bajo la batuta de Juanjo Mena. Todo un lujo a la altura del programa: además del Ensayo n º 1, de Barber, interpretarán la Tocata festiva para órgano y orquesta, op. 36, y la Sinfonía Fausto, de Liszt, que cuenta con un pasaje digno del Juicio Final para lucimiento del tenor Mikeldi Atxalandabaso, el coro Easo y el sinfín de tubos que adornan los costados del escenario. «Al órgano le corresponden ahí acordes graves, muy gordos, con los que culmina la tensión acumulada... ¿Toda la sala se llena con su música!».
-Este concierto es un acontecimiento.
-Pues sí. Es la primera vez que la BOS, Juanjo Mena y yo tocamos la Tocata festiva. Aparte de que en poquísimas ocasiones se programa un concierto para órgano... Esta temporada, por ejemplo, la Orquesta Nacional de España no ha organizado ninguno y la BOS solamente va a dar éste de mañana y pasado. Además, ojo, no todas las orquestas tienen órgano. La Sinfónica de Euskadi, sin ir más lejos, no dispone de uno.
-El del Euskalduna suele dejar muy satisfechos a los músicos.
-Y tanto, el propio Thierry Escaich, uno de los mejores organistas de la actualidad, me dijo hace unas semanas que era el órgano sinfónico que más le gustaba, junto con el de Filadelfia. ¿Menudo elogio! La verdad es que se lo merece. Es un instrumento alemán -de la firma berlinesa Karl Schuke- con las condiciones necesarias para dar lo mejor en todo el repertorio. Tiene cuatro teclados, más de 70 registros, una consola que se puede colocar en el foso o en cualquier otro sitio...
-Esta vez, ¿ya le verá el público la cara?
-Sí, sí, en este concierto tocaré en el escenario. Cosa nada habitual, es cierto. Nosotros siempre estamos en un rincón por ahí arriba. Se nos oye, y poco más. Cómo será, que tengo un colega muy prestigioso -no diré su nombre- que únicamente se pone la parte de arriba del traje... Si sólo te ven del pecho para arriba, no merece la pena ponerse lo pantalones, dice. Por eso va en chándal o pantalón corto.
-No es mala idea para estar cómodo, sobre todo cuando tienen que sudar la gota gorda con el pedal...
-Ya, ya, en la Tocata festiva, de Barber, hay un pasaje de esos. Se trata de la cadencia, ese momento que la mayoría de los compositores utilizan para presentar el instrumento. Y justamente ahí, Barber quiere que utilicemos el pedal en esta obra. De modo que dejamos de lado el teclado y tocamos solo con los pies. Me parece muy apropiado, es una buena forma de ver todas las posibilidades del órgano.
-Confiese. Como solistas, ¿no se sienten marginados? ¿No preferirían tocar siempre en el escenario?
-¿Pero si nosotros somos los antidivos! Es algo intrínseco a la especialidad, no puede ser de otra manera. ¿Tocamos en las misas! Yo mismo, que vivo en Madrid con mi mujer, toco los domingos en la Iglesia alemana. Y de lunes a sábado voy allí a ensayar y estudiar.
-¿Y luego?
-Después de estudiar, ya estoy pensando en lo que voy a poner de comer. Me encanta cocinar, ir a la pescadería...
-Según su curriculum, está en todas las salsas. En su adolescencia, era el batería de una banda que tocaba canciones de The Police; y más tarde, en Austria, hizo sus pinitos con el djembé en un grupo senegalés; en Holanda tocaba jazz y hasta se ha ido a Japón con un grupo de flamenco. Vaya ritmo.
-Es que me apasiona la percusión. De hecho, mi mayor orgullo profesional es que aquellos músicos de Senegal me aceptaran. En fin, tengo claro que el 90% de mi tiempo debo dedicarlo a la música clásica, al órgano y al clave, pero no pienso renunciar a lo demás, aunque no sea más que el 10%. De ahí que, en aquella época, compaginara mis estudios de órgano y clave con esas otras actividades.
-Perillas como la suya, aunque bastante más largas, suelen ser populares entre los grupos de rock satánico. ¿También le gusta?
-(Gesto de sorpresa) No, no especialmente. Lo de la perilla es porque un amigo de Holanda, un tío fantástico, también la llevaba. Sin más. Antes yo tenía melena, lo que pasa es que si me la dejo ahora, parecería Santiago Segura
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