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La Vuelta hace 50 años
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La Vuelta hace 50 años

El duelo entre Jesús Loroño, ganador final de la prueba, y su compañero de equipo Federico Martín Bahamontes paralizó España, dividida entre los dos campeones

J. GÓMEZ PEÑA

Domingo, 16 de septiembre 2007, 04:43

En uno de los carteles históricos de la Vuelta a España aparecen en paralelo Jesús Loroño y Federico Martín Bahamontes. En el puerto de Herrera. En la Vuelta. Dándose la mano en plena ascensión. El ciclismo ha vivido siempre de los duelos. Italia tuvo el suyo: Coppi y Bartali. En Francia aún late el de Poulidor y Anquetil. En España, ninguno como el de Loroño y Bahamontes. Por todo. Porque en la década de los cincuenta el ciclismo era de masas, de ídolos. Un deporte cercano. Se tocaba desde la cuneta, copada de gente con boina, camisa blanca y corbata. Y porque el vizcaíno y el toledano representaban el antagonismo. Loroño, serio, adusto, noble, aldeano de Larrabetzu. Bahamontes, caprichoso pero genial. Coincidieron por primera vez en una modesta carrera de Arija, en 1947. Diez años después explotó la guerra: la Vuelta de 1957, hace ahora medio siglo.

Aquella edición, organizada por EL CORREO, se presentó en el Hotel de Portugalete. Era el 26 de abril. Justo cuando Hussein agarró el poder en Jordania. De eso hablaba el periódico, y de un accidente: el autobús de la línea Eibar-Vitoria se pegó contra un tractor. También aparecía en la portada 'Juanín', el último bandolero de Liébana. La Guardia Civil acabó ese día con su historia. La Vuelta a España ocupaba el resto, incluida la bendición del Papa a la carrera. De todo eso se hablaba en el Hotel de Portugalete. Y de Bahamontes, que había llegado al Puente Colgante subido en su bicicleta. Se bajó del coche en Alsasua y tiró hacia Bilbao. Había que entrenar. Quería la Vuelta, una ronda que nunca ganó. También giraban las conversaciones en torno al 'abrazo de Urkiola', a la reconciliación entre Loroño y Antón Barrutia, vizcaínos, ciclistas y de nuevo amigos.

Por la ría del Nervión

«En el nombre del señor de las batallas... comience la Vuelta». Con esas palabras partieron los corredores desde Bilbao, por la ría, por Las Arenas, Asua, Durango, Areitio, Eibar, Elgeta, Kanpazar, Urkiola y meta en Vitoria. En ruta estaban Geminiani y Bauvin (equipo de Francia), Barbosa (Portugal), Adriaensens (Bélgica), Nencini (Italia), Karmany (equipo Mediterráneo), Gómez del Moral (Centro-Sur), Chacón (Pirenaico), Azpuru y Carmelo Morales (Cantábrico), y, claro, la selección española. Ahí estaba el lío. Con el mismo maillot competían los incompatibles, Loroño y Bahamontes, dirigidos por Luis Puig. En teoría, la carretera iba a decidir quién era el líder. Tras la segunda etapa, Carmelo Morales mandaba en la general, seguido por Chacón y Loroño. Bahamontes estaba a dos minutos del vizcaíno. A su servicio, pues. Pero no.

Bahamontes, como recoge el libro 'Locos por el Tour', tenía fama de pesetero, de no mantener su palabra, de echar siempre la culpa a sus gregarios. Galdeano y San Emeterio, dos de sus fieles, se pasaban las etapas colocándole en cabeza. En cuanto se descuidaban, el toledano estaba a cola. En la diana de sus rivales. No había manera. Luego, cuando le pillaba el corte, empezaba a rezongar, a criticar: «Me he visto solo, cuando he pinchado se han escondido, han hecho como que no me veían», bramaba. Así se recoge en 'Locos por el Tour'. Bahamontes siempre decía que había una conjura de los españoles contra él. El genio incomprendido.

«Loroño era un hombre serio, de los que dan una palabra y la cumplen», compara en ese libro Galdeano, testigo directo. Estaba claro. La guerra civil esperaba. Con Loroño tercero en la Vuelta, Bahamontes atacó camino de Mieres. Se vistió de líder. Cambio de papel. Loroño entró en la meta con una tormenta interior. Se sintió traicionado. Rumiaba venganza. Y la buscó un día después, en la jornada que pasaba por la cima de Pajares. El ciclista de Larrabetzu se fugó con Morales, Geminiani, Nencini, Campillo y Da Silva. Suya es la imagen de un corredor embutido en un plástico y con la cabeza blanca de nieve. Pajares estaba cerrado por el temporal. A Loroño tuvieron que bajarle de la bicicleta. Quería seguir. El Gobierno Civil de Asturias, como recuerda José Antonio Díaz en la biografía de Loroño, tuvo que pedir ayuda para rescatar a 500 aficionados, bloqueados por la nieve. En el día más frío, al vizcaíno le hervía la sangre.

A Bahamontes no lo tumbó Loroño, sino Salvador Botella. En la etapa Valladolid-Madrid. El toledano dejó hacer a una escapada. Reaccionó tarde y en primera persona. En la meta, Botella vestía ya de líder. Por poco tiempo. Bahamontes también era de sangre vehemente. Recuperó el mando en Cuenca. Parecía definitivo. En eso, llegó la jornada de Tortosa, un día en la historia de la Vuelta. Lo cuenta Bernardo Ruiz, entonces del equipo Mediterráneo: «Bahamontes podía haber ganado una Vuelta, pero es que dentro de su equipo tenía muchos enemigos. No se fiaban de él porque era un irresponsable, en cualquier momento era capaz de dar la espantada». Ruiz era un viejo enemigo del toledano. Por eso se alió con Loroño. «Jesús, tienes el enemigo en casa, no te fíes de él (de Bahamontes). Vente conmigo», ofertó Ruiz. Y se fueron. Hacia Tortosa.

Puig cruza el coche

Bahamontes quiso salir a por ellos. Luis Puig se lo prohibió. En vano. El castellano insistió, hasta que su director le frenó con el coche. Galdeano y Barrutia le agarraron del culotte. Le obligaron a parar. Esa tarde, Loroño ganó la Vuelta. Su grupo llegó a Tortosa con casi 22 minutos de ventaja. Por la noche, la batalla prosiguió en el hotel. Bahamontes no dejaba de gritar, de maldecir. Hasta que Loroño se hartó. Se levantó y le cogió por la pechera. Hubo que parar el puño del vizcaíno. Bahamontes se encerró en su habitación. Dejó la lucha para la etapa siguiente. Olvidó la táctica del equipo y salió como un cohete a diez kilómetros de la meta de Zaragoza. Loroño le atrapó y comenzaron a discutir. Bronca en carrera. El titular de 'La Gaceta del Norte' era claro: 'Bahamontes enemigo número uno de Loroño'. España, partida entre esos dos dorsales, devoraba la Vuelta. El espectáculo.

Los 85 kilómetros contrarreloj entre Zaragoza y Huesca aseguraron la victoria de Loroño. Le esperaba la entrada triunfal en Bilbao, punto de inicio y última meta de aquella edición. «Ganar la Vuelta es como si me tocara el 'Gordo'», declaró el vizcaíno en EL CORREO, que incluía en sus páginas una dedicatoria manuscrita del propio corredor. «Entrar de líder en Bilbao es algo que no podía ni imaginar. Hoy no me hubiera cambiado por nada ni por nadie. Si me hubieran ofrecido el mundo entero por mi puesto de líder, lo habría rechazado». Así fue la Vuelta. 50 años atrás. Con 200.000 personas, según la Prensa, en las calles de Bilbao. Aún se recuerda. El duelo.

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