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N. ARTUNDO n.artundo@diario-elcorreo.com
Lunes, 27 de agosto 2007, 04:40
Medio siglo después de la muerte de Gerardo Armesto Hernando, con 38 años, su hijo -el también creador plástico Gerardo Armesto Larzábal- reconoce que apenas guarda recuerdos de su padre, ya que falleció cuando tenía siete años. «Lo conocí más a través de lo que me han dicho personas que le habían conocido -como Josetxu Aguirre- y a través de su obra», que sitúa en torno a 150 cuadros y «muchos dibujos».
«Él era un pintor joven que no se dedicaba sólo a pintar -llevaba desde 1946 la óptica Cali, en la calle Dato- y muchas veces, mirando un cuadro suyo, he pensado que parece mentira que le diera tiempo a hacer tantas cosas. Claro que entonces no había televisión», indica con cierta ironía. «Su obra es muy inmediata, directa, prácticamente no hay caballetes sino pintura del natural. Y este tipo de trabajos te obliga a correr». Armesto tenía «ansias de pintor, y al llegar a casa o el domingo -el único día libre semanal entonces- se ponía a pintar», sobre todo paisaje y bodegón.
Hacía montajes en los escaparates de Cali, con figuras articuladas, cuyas siluetas estaban dibujadas y coloreadas en madera contrachapada. Desde un gargantúa a la vuelta al colegio en otoño, pasando por belenes en movimiento, alguno de los motores de las máquinas de la tienda transmitía la animación a los personajes, que llamaban la atención a los vitorianos de la época.
«Era muy habilidoso», recuerda su hijo, a la vez que explica cómo en la óptica se organizaban tertulias en las que tomaban parte literatos, actores, artistas plásticos, coleccionistas, anticuarios o arqueólogos. El pintor Armesto Hernando, que también hizo caricaturas para El Diario Vasco, «era una persona muy preocupada por la cultura. Tenía en casa montones de fotografías de arte gótico y, sobre todo, románico». Otros de sus intereses incluían el arte primitivo, los procesos de la Inquisición contra brujas, los agotes o los ídolos africanos, según su vástago.
Una faceta poco conocida de la obra de Armesto fueron los iconos religiosos al estilo ruso. «Uno de los recuerdos de mi infancia es cómo mi padre reproducía estas imágenes, que posteriormente envejecía a base de regaliz y agua. Me sorprende que le gustara hacer eso, siendo su trabajo potencialmente tan interesante. Pero al igual que en otro tipo de piezas, hacía lo que le gustaba. Tal vez respondería a su mundo interior».
Interpretar, no copiar
Dentro de la iconografía religiosa, Armesto plasmó versiones de Santa Otilia y de Santa Lucía, ambas relacionadas con su profesión de óptico. Esta ocupación, en opinión de su hijo, habría perdido peso frente a la pintura si llega a vivir más. «Creo que se habría volcado más en la pintura, porque lo que hacía no era amanerado: interpreta los paisajes, no los copia sin más».
Pero Gerardo hijo lamenta que durante al menos dos décadas «por parte de personas responsables de instituciones se ha despreciado o ignorado la obra de mi padre». El artista explica que hasta los años 80 -tras la muestra que conmemoró los cinco lustros de su desaparición - no ha habido obra de Armesto Hernando en el museo provincial, que ahora mismo presenta una exposición en torno al paisaje donde puede verse la pintura del miembro del grupo Pajarita. Precisamente, la exhibición retrospectiva que llevó a cabo la Vital el pasado año sobre el colectivo -con Enrique Suárez Alba, Ángel Moraza, Enrique Pichot y José Miguel Jimeno Mateo- fue el precedente inmediato de Armesto en una exposición.
Eso sí, Armesto Larzábal subraya su agradecimiento «a los responsables de poner nombre a las calles de Vitoria» por acordarse de su padre para bautizar a una plaza en Avendaño.
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