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MARÍA ZABALETA
Domingo, 5 de agosto 2007, 13:31
De joven, le llamaban el petardero por aquello de que era el encargado de preparar las tracas cuando con su cuadrilla, 'Los Tímidos', animaba aquella pequeña Vitoria de los años cincuenta a toque de 'gags' o espectáculos cómicos. Pero Amado López de Ipiña nunca imaginó que aquella «chiquillada» de blusas terminaría por convertirle en el decimoquinto chupinero de la 'era Celedón'. Ésa que él y sus ocho amigos del alma inauguraron hace ayer cincuenta años. La misma que, también ayer, les devolvió a la primera plana del arranque festivo de La Blanca.
Fue -sobra decirlo- un Chupinazo especial. Diferente. Sobre todo, emotivo gracias a ellos. A esos visionarios que, ignorando serlo, fundaron sin ningún afán de posteridad, quién lo iba a decir, la bajada de Celedón. Tan en serio se tomó López de Ipiña su papel que ya de buena mañana se dio una vuelta por la balconada de San Miguel para supervisar que todo estuviera a punto. Espíritu de petardero.
Por la tarde, en cambio, tanto él como sus fieles compañeros de batalla -Jesús Jiménez, José Luis Madinaveitia y Luis Mari Sánchez Iñigo- se hicieron derrogar. Acompañados de sus mujeres, llegaron a la balconada apenas un cuarto de hora antes de las seis de la tarde, después de haber compartido mesa y mantel. No podía ser de otra manera. «Emocionados, pero tranquilos».
Sabor «agridulce»
Y con cierto «sabor agridulce», en palabras de Sánchez Iñigo. De un lado, por la ausencia sentida de José Luis Isasi, convaleciente aún de una grave enfermedad; de otro, «porque cuesta identificar este barullo con la Vitoria que nosotros conocimos». Con todo, bastaba con mirarles a los ojos para adivinar que estaban a punto de vivir un momento grandioso: el regreso a su origen del petardo anunciador de las fiestas de La Blanca.
Arropado por el alcalde, Patxi Lazcoz, y por el diputado general, Xabier Agirre, Amado López de Ipiña se asomó a la balconada cuando faltaban tan sólo dos minutos para que el reloj de San Miguel marcara la hora 'D'. A su lado, Aitor Valdecantos Martínez de Lecea, de la pirotecnia Valecea, le daba las últimas instrucciones. «Pan comido», debió de pensar el chupinero a juzgar por su semblante. Y prendió la mecha.
Madinaveitia tomó entonces el testigo de su amigo para, txapela y bastón en ristre, comparecer ante una plaza enfervorecida. Al mismo tiempo, el abrazo de Jesús Jiménez -'El Chato'- y Luis Mari Sánchez Iñigo sellaba el momento bajo la mirada cómplice de 'su' Celedón. Sobraban las palabras.
Sólo quedaba abrazar a Iñaki Landa y a Gorka Ortiz de Urbina, la encarnación en persona de su creación más universal. Y el encuentro en la balconada fue memorable. Una exaltación del vitorianismo más puro fundido en un sentido abrazo entre padres e hijos. Para no olvidar.
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