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La cirugía de la presbicia se ha puesto de moda, como en su día se puso la de miopía. En los años noventa, primeros del 2000, millones de miopes en todo el mundo entraron en el quirófano atraídos por el ineludible gancho que suponía dejar de llevar gafas para toda la vida. No era así, pero muchísimas clínicas y centros especializados lo vendieron como tal. Ahora está ocurriendo lo mismo. «Es el boom de la vista cansada, como se le conoce popularmente a esta anomalía del ojo», afirma el director médico del Instituto Clínico Quirúrgico de Oftalmología (ICQO), Juan Antonio Durán de la Colina. «Todo el mundo parece querer operarse de la presbicia, pero hay que recordarles que ésta, como todas, es una cirugía que tiene sus indicaciones», advierte. «Cualquiera no se puede operar».
La de la presbicia -como ocurrió con la de la de miopía- es una intervención que «ya está en la calle», la gente habla de ella en distintos ámbitos y, como consecuencia «se ha rodeado ya de muchos mitos y realidades». Sobre todos ellos, habló ayer en el foro Encuentros con la Salud de EL CORREO el especialista Durán de la Colina, catedrático de Oftalmología de la Facultad de Medicina y Enfermería de la Universidad del País Vasco (EHU-UPV). La intervención, según detalló, consiste en introducir en el ojo una lente multifocal, que se convertirá en una prótesis para toda la vida. La presbicia es una patología que, más tarde o más temprano, en mayor o menor medida, afecta a todas las personas. Pero no todas son candidatas a ser operadas.
Para comprenderlo, según explicó el experto, es preciso entender bien el mecanismo de esta complicación visual. La lente que posibilita el enfoque automático del ojo es el cristalino, una estructura «viva» que para funcionar de manera correcta necesita de un estímulo neuronal. El cristalino es una especie de gel, que con el paso de los años se va endureciendo y adquiriendo una textura más rígida, «como si se tratase de una cera». Esta condición complica su capacidad de adaptación y lleva a que, con el tiempo, se pierda capacidad de enfocar los objetos cercanos.
«Antes éste era un problema para las personas mayores, pero ahora la presbicia se da en personas cada vez más jóvenes», bromea el especialista, aludiendo a Honoré de Balzac. «Para el novelista francés, una persona de 45 años era ‘un anciano’, pero en la actualidad es alguien relativamente joven, que trabaja, usa un smartphone y en su actividad diaria se encuentra con mil situaciones que requieren leer letra pequeña». «La presbicia -subrayó- no es una desgracia, pero sí un incordio para la vida cotidiana de hoy».
No todos los ojos reúnen, además, las condiciones ideales para ser intervenidos, ni todos los pacientes aceptan de igual grado la diferente forma en que comenzarán a ver cuando lo hagan a través de una lente multifocal. Los ojos muy secos o con lágrimas que no los hidratan bien no son, en principio, buenos candidatos a ser operados; lo mismo que los de los pacientes con patologías oculares, como retinopatía diabética, degeneración macular o glaucoma.
La persona que quiera operarse ha de ser consciente, además, de que la lente es una prótesis de precisión máxima, diseñada para dar respuesta a las necesidades específicas de cada paciente. Un prodigio de la investigación y la creatividad humana, pero no un organismo vivo, como es el ojo. Es posible que su diseño multifocal le provoque, especialmente al principio, efectos visuales quizás incómodos como reflejos, halos de luz y sombras.
«Tampoco son los mejores candidatos» los miopes, especialmente los que están operados y quienes pueden trabajar sin gafas en el despacho, porque son gente que ha visto muy bien de cerca y nunca llegará a tener la agudeza visual que disfrutó en el pasado. Aunque cada caso es distinto, a este tipo de pacientes los oftalmólogos les ofrecen la posibilidad de intervenir en un solo ojo con una lente monofocal. El segundo se deja intacto para que funcione a una distancia media, de tal modo que la acción de uno se compense con la del otro. El coste medio de la cirugía de la presbicia es de unos 2.500 euros por ojo.
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