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Todo turista que viaje a Chequia tiene un punto de paso obligado por su capital, Praga. Miles de visitantes se agolpan en el puente de Carlos IV, el castillo o las calles estrechas de Malastrana admirando la belleza de una ciudad difícil de igualar. Sin ... embargo, el país ofrece muchas otras joyas que conviene no pasar por alto, especialmente en relación al barroco. En apenas dos horas en tren, se puede ir desde el corazón del país a Moravia, región donde se encuentran algunas de estas imprescindibles visitas. Estas son seis de ellas.
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Sexta ciudad por tamaño del país y con la segunda universidad más antigua, es conocida por sus numerosas fuentes y, sobre todo, por la columna de la Santísima Trinidad. Situada en la plaza principal, se eleva nada más y nada menos que 32 metros para erigirse en el grupo escultórico más grande de Europa Central. Levantada a mediados del siglo XVIII en recuerdo de la peste que asoló el continente europeo en numerosas ocasiones, fue incluida en la Lista del Patrimonio Cultural de la Unesco en 2000. En esta misma plaza, dos curiosidades más. Una, a semejanza del famosísimo que se encuentra en la plaza del Ayuntamiento de Praga, el considerado único reloj astronómico de la época comunista del mundo. La otra, la fuente de la tortuga, emblema de la ciudad por elección popular de los niños, que juegan en ella en cuanto llega el verano. No lejos, junto a la catedral, el Palacio arzobispal es otro de los referentes de la conocida como joya de Moravia. Justo al otro lado de la plaza, una curiosidad más moderna: una máquina expendedora de poesía, obra de Ondrej Kobza, un artista checo que trata de revitalizar la vida de las ciudades con sus propuestas artísticas. A las afueras, en la colina llamada Monte Santo, se ubica la Basílica Menor. Muy dañada tanto durante la Guerra de los Treinta Años como en la II Guerra Mundial, es un centro de peregrinación al que acudió Juan Pablo II en 1995. Su belleza y emplazamiento hacen irrenunciable la visita.
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Esos mismos obispos y arzobispos que residían en Olomuc decidieron que el palacio arzobispal no les bastaba. En concreto fue Carlos II de Lichenstein-Kastelkorn quien decidió reconstruir el dañado patrimonio eclesial del lugar tras el devastador paso de los suecos, una potencia militar de la Europa de la época, durante la Guerra de los Treinta Años. Reconstruir y mejorar. Recurrió para ello a arquitectos de Viena, la capital imperial. El resultado fue el Palacio de Kromeriz. La sala de trofeos de caza, con la mesa de billar obsequio del zar Alejandro I; la espectacular sala de la Asamblea, que acogió la Asamblea imperial en 1848 y donde se rodaron escenas de la película 'Amadeus'; la impresionante biblioteca, con más de 33.000 volúmenes; una pinacoteca que alberga la segunda colección de pinturas más importante de la República Checa solo superada por la Galería Nacional de Praga... Hasta 135.000 objetos artísticos se encuentran aquí entre sus paredes. Como colofón, sus espectaculares jardines, los más conocidos de estilo barroco del país y protegidos por la UNESCO. «Entra, querido huésped, y ve la laboriosa transformación de los que una vez fue una tierra pantanosa y desolada. Haz buen uso de los inofensivos placeres del jardín, diseñado y erigido para tí, para mí y para nuestros descendientes después de diez años de preocupación e importante coste por Carlos, conde de Lichtenstein, obispo de Olomuc 1675» , rezaba una inscripción en latín de su orgulloso patrocinador. En la rotonda central se encuentra uno de los cuatro péndulos de Foucault que hay en el mundo.
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La historia del siglo XX tiene un lugar reservado para una pequeña sala del Palacio de Buchovlice. En esa estancia se transmitió un telegrama clave para el devenir de la pasada centuria, pues fue aquí donde Leopold Berchtold, ministro de Exteriores del Imperio Austro-húngaro, envió el telegrama que supuso el estallido de la I Guerra Mundial. Construido a caballo entre los siglos XVII y XVIII, consta de dos partes y está rodeada de unos espectaculares jardines jalonados con numerosas fuentes y esculturas.
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En las antípodas del turismo masivo de Praga, la segunda ciudad del país invita al visitante a conocer una Chequia más ‘real’. Si a los propios checos les sorprende oír hablar en su lengua en la capital del país, aquí lo que causa sorpresa es justamente lo contrario. Centro de universidades e investigación -herencia lejana de la presencia de Georg Mendel, el padre de las leyes de la genética, esta urbe de unos 400.000 habitantes es mucho más que la sede de una de las pruebas del campeonato mundial de motociclismo. Moderna y cosmopolita, a lo largo de su historia sufrió los constantes embates de la guerra. De hecho, luce con orgullo el haber sido la única ciudad de Moravia que nunca ha sido conquistada. Una de sus leyendas hace referencia a este hecho. Brno es conocida por ser la ciudad donde a las doce son las once. La razón, que durante el asedio sueco en la ya mencionada Guerra de los Treinta Años, el comandante invasor aseguró que si a las doce la ciudad no había caído, abandonarían el asedio. Dicho y hecho. Los habitantes decidieron tocar las campanas una hora antes y así acabó el acoso de los por entonces belicosos nórdicos. Siglo y medio después, a apenas unos kilómetros, se desarrolló la famosa batalla de Austerlitz en la que Napoleón derrotó a una coalición formada por Rusia y Austria.
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A tan solo 60 kilómetros al sur de Brno, muy cerca de la frontera con Austria (la ciudad pasó a pertenecer a Checoslovaquia en fecha tan reciente como 1920), se encuentra el espectacular complejo de palacios de Lednice y Valtice. Concebido el primero como residencia de invierno y el segundo, situado a unos 8 kilómetros, como estancia de verano, su origen está ligado a la familia noble de los Lichtenstein, ya mencionados en relación al palacio de Kromerich. Estos se establecieron en Valtice en 1347 y comenzaron una obra que culminaría en estas residencias. En ellas trabajaron reputados arquitectos austriacos e italianos, que acabaron dando forma a los canales artificiales, templos, establos y al espectacular minarete de Lednice, que con sus 60 metros de altura y 302 escalones ofrece unas inmejorables vistas del lugar. Los Lichtenstein supieron ver también el potencia de esta región en otros sentido. Tanto el suelo como el clima la hacen especialmente apta para el cultivo de la vid. No en vano, esta región es conocida por la gran calidad de su vino blanco.
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Esta pequeña localidad colindante con la frontera austriaca es el punto de peregrinación más antiguo de Moravia. En ella destacan el palacio barroco; la iglesia de Santa Ana, que alberga la virgen negra de Mikulov, llevada en procesión a la colina que protege a la ciudad; la tumba de los Dietrichstein, una importante familia noble; el que fuera uno de los barriles de vino más grandes de Europa, capaz de cobijar 175.000 botellas y adaptado en el siglo XVII a acoger conciertos; la luminosa plaza central y, sobre todo, el sobrecogedor cementerio judío, el más grande del país con sus 19 hectáreas. Mantenido por la comunidad hebrea de Brno, el último entierro tuvo lugar en 1938.
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