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«Nadie podrá decirme que no me he dejado la piel, y casi la vida, por este partido»
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Carlos Iturgaiz cede hoy el testigo a Javier de Andrés al frente del PP vasco: «Cogí un tren descarrilado y lo dejo en la vía y en marcha»Secciones
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Carlos Iturgaiz cede hoy el testigo a Javier de Andrés al frente del PP vasco: «Cogí un tren descarrilado y lo dejo en la vía y en marcha»El teléfono sonó un domingo por la tarde, cuando estaba a punto de salir de casa para ir a misa de las siete en la parroquia de Las Mercedes, en Las Arenas. Sin siquiera haber descolgado la llamada, Carlos Iturgaiz y su esposa supieron qué ... iba a ocurrir. En la pantalla, el nombre de Pablo Casado. Un tono, dos tonos, tres tonos...
- ¿Qué hago, Lorena?
- Haz lo que tengas que hacer.
No tuvo opción de pensárselo: «Me dijo que necesitaba la respuesta ya, que no podía esperar». Así que cogió la chaqueta que había sacado del armario siendo un desempleado de 54 años en busca de trabajo y la volvió a colgar en su percha convertido en candidato a lehendakari a falta de 42 días para las elecciones.
El histórico dirigente del PP vasco, emblema de la resistencia frente a la barbarie de ETA, cierra hoy en el congreso de Vitoria un segundo ciclo al frente del partido -ya lo estuvo entre 1996 y 2004- que comenzó de la forma menos pensada. Rescatado como salida de emergencia tras el cese fulminante de Alfonso Alonso, al que él mismo había defendido en una junta directiva apenas unos días antes, y aupado meses después de nuevo a la presidencia, Iturgaiz cede ahora el testigo a Javier de Andrés y lo hace «con la satisfacción del deber cumplido».
Los inicios no fueron fáciles. En primer lugar, por una cuestión personal. Cuando recibió la llamada de Génova aquel 23 de febrero de 2020, llevaba ya casi un año fuera de la política porque el propio Casado le había relegado en las listas a las elecciones europeas y le dejó fuera de los puestos de salida. Iturgaiz, eurodiputado durante quince años, se revolvió en público al saberlo: «Me fastidiaron las formas». Nunca pensó que sería un breve paréntesis y que regresaría tan rápido: «Pablo me admitió que se había equivocado».
El partido vivía sus horas más bajas. A las dos décadas de continuo retroceso electoral en Euskadi se le sumaba un enfrentamiento descarnado con la dirección nacional que precipitó la marcha de Alonso, defensor de un PP vasco autónomo y quien contaba con un amplio respaldo entre las bases. «Fue una de las primeras personas a las que llamé. La conversación fue muy fría, pero no se lo reprocho. Lo entendí porque era un mal trago para los dos», rememora.
- Hay quien le vio como un 'paracaidista'. ¿Sintió cierta animadversión entre sus compañeros?
- Tanto como eso no, pero sí me di cuenta de que la herida era muy profunda.
Su primera misión fue tratar de salvar los muebles en las elecciones autonómicas. «Sabía dónde me metía. La cosa estaba muy fea, teníamos encuestas internas que nos daban 0-3 escaños», confiesa. Para más inri, estalló la pandemia, que abocó a un confinamiento domiciliario estricto y, en consecuencia, a un aplazamiento de los comicios de abril a julio. Un tiempo extra que, sin embargo, contribuyó a calmar las aguas internas hasta la cita con las urnas, en las que el PP acabó logrando seis parlamentarios, si bien dos de ellos fueron para Ciudadanos, ya que concurrieron en coalición. «Fue un resultado regular, pero el objetivo era resistir y al menos eso lo logramos», dice.
Tras el verano, Génova activó un procedimiento interno recogido en los estatutos, y utilizado con anterioridad en el PP vasco, para aupar a Iturgaiz a la presidencia sin necesidad de un congreso. Se zanjó así el periodo de interinidad de Amaya Fernández, que era la 'número dos' de Alonso. De vuelta al cargo 16 años más tarde, su gran encomienda fue la de unir una organización fracturada, con los ánimos por los suelos y sin demasiadas expectativas de remontar el vuelo: «Suelo utilizar un símil ferroviario para explicarlo. El tren estaba descarrilado y había que devolverlo a la vía».
Baches hubo más de uno. En febrero de 2022, la guerra entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso amenazó con provocar una ruptura interna como nunca antes. En esos días sorprendió que Iturgaiz fuera uno de los primeros dirigentes en pedir públicamente la marcha del mismo líder del PP que dos años antes le había colocado a él en el puesto.
- ¿Fue usted un traidor?
- No dije nada que no le hubiera dicho ya a Pablo. Hablamos el día en que miles de personas estaban manifestándose debajo de su despacho en apoyo a Ayuso. Le dije que eso era lo que le esperaba si no se iba. No iba a poder salir a la calle, iba a ser una pesadilla.
Llegó entonces Alberto Núñez Feijóo, a quien el dirigente vasco ya había animado, sin éxito, a presentarse a las primarias en 2018 para suceder a Mariano Rajoy tras la moción de censura. El líder gallego activó un proyecto renovador y pronto se advirtió que el PP vasco debía subirse a esa ola con un lavado de cara. «Cuando cogí el tren, yo ya sabía que en algún momento habría que cambiar de locomotora», asume Iturgaiz, quien en todo caso niega que su perfil y su trayectoria no casen con el discurso del actual presidente del PP.
- Muchas veces se le ha dicho que está anclado en el pasado, que habla demasiado de ETA...
- ETA ya no existe, pero sus planteamientos siguen vigentes porque hay quien los sigue defendiendo. Algunos pretenden que le demos al interruptor y pelillos a la mar, pero yo he enterrado a siete compañeros. En los funerales, nos mirábamos los unos a los otros y nos preguntábamos: '¿Quién va a ser el siguiente?'.
Es precisamente la amenaza terrorista la principal diferencia entre las dos etapas en las que ha liderado el partido. ETA intentó asesinarlo en varias ocasiones: «En aquellos años, el objetivo de todos los días era volver a casa; ahora, he podido hacer política sin escolta y sin miedo».
En todo caso, los fantasmas del pasado también han estado presentes en esta segunda época, sobre todo cuando su hijo Mikel padeció en sus carnes el hostigamiento de los radicales, amenazas de muerte incluidas, en un partido de fútbol en Gernika y en las fiestas de Romo. «Mi mujer y yo lo pasamos muy mal. Nuestros hijos han visto y oído cosas que jamás deberían haber vivido».
- ¿Y ha merecido la pena?
- Es duro saber que estás poniendo en riesgo a toda tu familia, pero siempre me han apoyado. Cuando mataron a Gregorio Ordóñez, mi hijo mayor, Koldo, era muy pequeñito. Al darnos la noticia, mi mujer lloraba y lloraba, pero me dijo: 'Ahora más que nunca, tienes que seguir'. Y así lo he hecho. Nadie podrá decirme que no me he dejado la piel, y casi la vida, por este partido y por sus ideas.
- ¿Ha sentido odio?
- Mentiría si digo que no.
Iturgaiz, con 58 años recién cumplidos, quiere ahora mirar al futuro. Por lo pronto, se mantendrá como presidente del grupo parlamentario hasta el final de la legislatura -«estoy seguro de que votaremos en marzo»- y después ya se verá, aunque la opción de regresar a Bruselas como eurodiputado no le disgustaría. Presume de dejar «en marcha» ese tren llamado PP vasco, unido tras la fractura, con un 30% más de concejales y junteros, y «con un papel relevante en la política».
No se atreve a pedirle nada a su sucesor, De Andrés, porque a partir de hoy será «un militante más» del partido. Pero le desea suerte y, a poder ser, que lo haga mejor que él: «Esto es como los Juegos Olímpicos. Siempre se quiere que sean mejores que los anteriores». A veces hay ciudades que repiten como sede años después y, a veces también, hay políticos que repiten en el cargo al de un tiempo. Bien lo sabe Iturgaiz.
- No hay dos sin tres. ¿Y si le piden que vuelva una vez más?
- Como dicen al otro lado del charco, ¡no me eches esa vaina!
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