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Desaparece el horror

Desaparece el horror

- Editorial - ·

Solo cabe esperar que la defensa de la trayectoria de ETA no vuelva a contaminar la vida política y social en Euskadi ni a perpetuar el dolor

ELCORREO

Jueves, 3 de mayo 2018

ETA hizo público ayer su último comunicado. Hoy ya no existe. La esperada noticia se ha hecho realidad años después de que la banda terrorista comenzara a apercibirse de que su totalitarismo no tenía futuro; de que sus activistas no tenían más escapatoria que la de someterse a la Justicia. Ni el más obcecado de sus integrantes o de sus seguidores puede creerse que ETA ha decidido desaparecer por propia iniciativa, por mucho que haya dilatado su etapa final. Su negativa a admitir la derrota no impide que esa sea la inconfesada sensación que vive el conjunto de la izquierda abertzale, cuyos esfuerzos se dirigen únicamente a retorcer el lenguaje para disimularlo. Los herederos de ETA tratan de preservar la pretendida «sinceridad» de su trayectoria mediante eufemismos y elusiones con las que reivindican la «lucha» de 60 años para enterrar a sus víctimas en «el sufrimiento padecido por todos», en palabras de Arnaldo Otegi. La desaparición de ETA se daba por descontada en tanto que trama violenta. La buena noticia de ayer es que la banda «no será más un agente que manifieste posiciones políticas, promueva iniciativas o interpele a otros actores». Desaparece y se calla. A partir de ahí solo cabe esperar que su pasado no cuente en adelante con defensores que legitimen el daño causado durante décadas apelando a las condiciones históricas de cada momento. La disolución de ETA y el borrado definitivo de sus siglas permite que miles de personas que se han mantenido fieles a su dictado se liberen también de sus cadenas; empezando por sus presos, que ya no tienen quién les impida recurrir a los beneficios penitenciarios. La buena noticia se verá ensombrecida si, perpetuando los mecanismos de compensación con que ETA ha sorteado sus momentos de mayor debilidad, su disolución diera paso -aunque fuese momentáneamente- a gestos y palabras que significaran su continuidad como referencia coercitiva. Los términos en los que la banda terrorista explica su final resultan tan hirientes, tan desalmados y jactanciosos, que advierten del deseo de sus precursores de que se perpetúe su universo fundamentalista.

Sin relevos

El guión del ritual por entregas de la desaparición de ETA obedece, sin duda, a la pretensión de homologarse para consumo interno con otros 'procesos de paz' y de simular el reconocimiento internacional de su decisión. Como si así pudiera convertir su clamorosa derrota en el sucedáneo de una paz concedida por el terror. Los históricos 'Josu Ternera' y 'Anboto' dieron ayer la cara para certificar el punto final. Era previsible que su comunicación no contuviera ni un asomo de autocrítica. Y mucho menos, anuncios de reparación. Los matices que presenta la secuencia de los tres últimos textos hechos públicos por ETA se quedan en nada ante la reiteración de que su violencia fue de respuesta a otra como máxima justificadora del horror. Mientras ese argumento permanezca en el discurso de la izquierda abertzale, la memoria de verdad y justicia que toda sociedad requiere para asegurar su convivencia tendrá que redactarse precisamente contra tan atroz añoranza. ETA dijo ayer su última palabra. Es de esperar que en adelante no haya 'palabras de sustitución', relevos que prolonguen el oprobio hacia la dignidad de las víctimas y su recuerdo. Es de esperar que nadie mencione la inexorable desaparición de ETA como acto de generosidad para «favorecer una nueva fase histórica» y la «constitución del Estado vasco».

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