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El relevo de Raúl Castro en la presidencia de la República de Cuba por Miguel Díaz-Canel por la unanimidad de la Asamblea Nacional (un ... solo y anónimo voto en contra) traduce bien la naturaleza del régimen político cubano y confirma la universal previsión de que él sería nombrado sucesor en el puesto de su protector y hacedor político. Todo bajo control y, sin embargo y pese a todo, el hecho es compatible con alguna esperanza de lenta democratización y los más optimistas recuerdan, sencillamente, el fenómeno Gorbachov en la URSS. Sin embargo, nada es igual: ni la situación político-institucional ni el paisaje social ni, sobre todo, la inquietante agitación de la sociedad rusa a mediados de los ochenta, que contrasta con la rutinaria vida de la mayoría social cubana, al corriente de lo que iba a suceder. Gorbachov, con una larga biografía de apparatchik, pudo hacerse con la secretaría general del PC en 1985 tras la muerte de Chernenko y puso en marcha una política de «transparencia» de corte pro-democrático (la famosa glassnot) y «reestructuración» (la perestroika).
Formalmente era la obvia continuidad del régimen con un explícito programa de normalización democrática que naufragó y terminó en un fracaso. Solo la entrada en acción de Boris Yeltsin y, más tarde, la de su descubrimiento, un tal Vladimir Putin, impusieron cierta disciplina y crearon el régimen vigente. Nada de esto está sucediendo en Cuba, donde reina un orden cuasi litúrgico y el público parece entre resignado y un punto expectante porque al fin y el cabo un individuo reputado, al parecer sensato y de buen trato, es ahora el número uno del régimen en teoría, porque esa designación en un régimen comunista que se precie es para el jefe del partido, que no es otro que Raúl Castro. Que Díaz-Canel sepa todo esto a la perfección, como el buen militante que es, parece una promesa de continuidad, calma y mera aplicación del reglamento.
Y en lo personal, un premio merecido: es un militante comunista de libro y Raúl Castro es su valedor y responsable de su ascenso lento pero imparable en el escalafón del PCC y del Gobierno. Y mientras persiste en el ambiente una tendencia a considerar que antes o después habrá cambios de cierta envergadura, aunque deban esperar a la desaparición física de Raúl o su renuncia y al desmantelamiento de su red de poder, hecha de compromisos políticos y de lealtad al régimen bien guardado por la policía política y los órganos del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, en manos del único hijo varón de Raúl, el coronel Alejandro Castro Espín, de 52 años. Hay pocas dudas de que, a día de hoy, el vigente statu quo sobre el papel central de los Castro no se ha alterado para nada y que el nuevo presidente lo sabe mejor que nadie, pero es sabido que los servicios de seguridad han sido con mucha frecuencia herramientas procambios liberalizadores. La razón: por su oficio tienden a ser pragmáticos y saben mejor que nadie cuál es la realidad social presente.
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