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Y van 15 victorias. Y 13 antes del límite. La de ayer en Fadura llegó con esa voracidad que en cuanto se despierta en Jon Fernández supone la defunción del rival. Fue en el tercer asalto, perfectamente guionizada. Una coreografía que arrancó con un directo ... de izquierda y otra mano más lesiva que Juan Huertas asumió cabeceando. En ese instante, en el rincón del vizcaíno, Tinín Rodríguez lo vio claro y comenzó a guiar a su pupilo. «La ha cogido, la ha cogido, sigue, está disimulando». Y ahí comenzó el principio del fin para el panameño.
Hasta entonces, no hubo mucho borrón que hacer en la libreta. Primer asalto de tensión contenida, estudio, esos tres minutos que sirven sobre todo para no dar pasos en falso, para no caer en trampa alguna. Hubo un par de alertas que no pasaron de eso y Jonfer se comió una contra por razones propias de la novedad. Tenía ante sí un oponente de su misma envergadura y quedaba expuesto si no atemperaba sus entradas bajando la cabeza. Fue uno de esos golpes que espabilan, que te despiertan y recuerdan por dónde andas a medianoche en el ring de Fadura.
En el segundo asalto ya fue dibujándose el modus operandi del de Etxebarri. Aunque Huertas volvía a atinar otra vez a la contra en la diana nasal de 'El rey de la tarima', como reza su himno promocional antes de subir al cuadrilátero, el protegido de Lou DiBella puso en marcha su máquina de boxear. Menos reincidente con la izquierda que otras veces –esa maravilla de arma letal que maneja a placer–, fue ganándole el espacio al panameño para ir surtiendo las tarjetas de los jueces con uno-dos que se repetían cual estribillo y abundaban en una ventaja que ya asomaba para ir a más.
Y llegó el tercer acto. Ya saben, cuando Tinín Rodríguez alertó de que el barco estaba tocado. Sólo quedaba combinar serenidad, ambición y agresividad para que la combinación concluyera como dice su currículo que suele suceder, con el oponente doblado, roto, buscando la clemencia incluso después de que el árbitro le dé por fulminado. La orden salió de su rincón y el buen soldado que es el de Etxebarri la ejecutó del mejor modo. Acoso y derribo. Fijó al americano en las cuerdas frente a su rincón para que sus mentores tuvieran la mejor panorámica del triunfo. Sucesión de manos, la mayoría con premio. Arriba y las dos últimas abajo. La rodilla izquierda del 'Olímpico' Huertas quebró.
Parecía el típico episodio de tratar de recuperarse al son de la cuenta de protección. Pero hay puñaladas mortales y esta lo fue. Cuando el panameño amagó con estirar su esqueleto vio que no había aire, que la punzada había terminado con él. Se desplomó desesperado, hundido, abatido por un 'Jonfer' que había olido la sangre. El público, que llenó las gradas y sillas de ring en Fadura, estalló. Ovacionó en pie a su ídolo, tal como lo recibió. Llevaba sin pelear desde que en septiembre se ajustó el cinturón Silver WBC al acabar con la imbatibilidad de Alexander Podolsky. Quería que este combate le sirviera de rodaje después de quedarse en Navidad sin visitar Nueva York. Bueno, sí viajó pero no pudo actuar por un herpes detectado en su oponente en el reconocimiento previo. Trabaja como nadie, disciplinado en Madrid, pero sin peleas la esencia se pierde y él no puede arriesgarse a ello.
Arropado por los suyos, con su madre y hermanos a la cabeza, agradecido a su público siempre fiel. Les brindó lo mejor que tiene, un k.o. en el tercer asalto para alimentar su vida laboral. «Ha sido un placer, sois un público de la leche», espetó a los aficionados, a los que preguntó, micrófono en mano, si les gustaría verle disputando un Mundial. «Si se da la oportunidad, se hará». Y todos felices.
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