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Sabina, en un momento de su actuación en el BEC de Barakaldo.

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Sabina, en un momento de su actuación en el BEC de Barakaldo. Luis Ángel Gómez

Se le perdona todo a Sabina

10.000 personas disfrutaron este sábado del artista en el BEC. Con ronquera, dejó cantar algún que otro tema a sus músicos

Domingo, 8 de octubre 2017

El metro una hora antes del show estaba lleno de sabineros maduros de ambos sexos. Tres bombines coincidieron en nuestro vagón. Una voz femenina y joven anunció: «Se vende entrada de Sabinaaaa». Al llegar al BEC, chocaba que no se vieran policías con armas largas para protegernos. Quizá estaban en Cataluña. Los bares de enfrente rebosaban parroquianos. Dentro del BEC se veían más bombines y gente nerviosa intentando vender entradas que no usarían. A las 21.07 sonó la música introductoria, pero la gente aún no había ocupado del todo sus asientos. Diez mil personas. Para este domingo quedaban el sábado mil a la venta.

Sigue sonando el vals introductorio y la gente corea, y ondea las manos, y acaba de sentarse. Se huele la fiesta. Sonarán una veintena de canciones (22 separando los dos popurrís dobles) en 122 minutos. Entre ellas las del último disco, ‘Lo niego todo’, colocadas al inicio del show. A las 21.10 suena música de cine cómico y sale la banda, siete músicos alineados al fondo, más Sabina, solo delante. Todos cantan mejor que él, dijo luego el líder. Hay dos mujeres en la alineación: la bajista argentina y la corista Mara Barros. Sabina decide iniciar la cita con ‘Cuando era más joven’, un rock ronco y a medio gas del LP ‘Juez y parte’ de 1985. Al acabarla explica que la elección de este tema que nunca habían tocado en público era un homenaje a Bilbao, pues hace años tocó en La Casilla y fue la primera vez que veía una cola que doblaba la esquina. Para él, que estaba acostumbrado a tocar en un tugurio (sic) como La Mandrágora, ante 60 personas.

Y sentado en el taburete, siguió con ‘Lo niego todo’, leyendo un poco del teleprompter con las letras, y dejando crecer la marea de soul mientras las pantallas excelentes sacaban recortes de prensa sabineros. Y habló el líder: buenas noches, que si tiene la menopausia (qué vulgaridad la que se le permite a este hombre…), que si este sistema es capitalista (ya lo sabemos: él vendía a 20 euros las camisetas en el puesto de merchandising), que llevaban 8 años sin grabar disco, que iban a tocar muchas del nuevo, que fuésemos piadosos, que ya en la parte final harían lo que nosotros quisiéramos. Y cantó la novedosa y fronteriza ‘Quién más, quien menos’, donde se le notó cansado pero eficiente, tanto como lo estuvo en los varios rocks, entre ellos un excelente ‘Lágrimas de mármol’, con guiño a Lou Reed y coros enfáticos del público en el verso ‘Vivir para cantarlo’, o ‘Las noches del domingo acaban mal’, un rock crepitante en plan los Alarma del difunto Manolo Tena, que según él editaron los dos mejores discos de rock en España (y no en vano lleva en su banda a Jaime Asúa, su guitarrista, de Amorebieta).

Sabina hablaba mucho para no gastar energía. Abusó del chiste de nacer en la provincia de Bilbao, se alargó al presentar a los músicos, afirmó que ellos formaban un grupo más grupo que la mayoría de los grupos que conocemos, y cedió el micrófono a dos de sus escuderos en dos canciones seguidas, para que corriera el tiempo; un swing de Mara Barros y un rock piratesco de Pancho Varona, apoyado al final por un Sabina que regresó con bombín de panamá.

Procacidades esporádicas

Y ya el ídolo como figura central cantó a medias con el respetable ‘Una canción para Magdalena’, algo desencantada de la vida, y el BEC mutó en macro karaoke con ‘El bulevar de los sueños rotos’ que escribió para Los Secretos, con el público de la pista en pie. Y dejó a Mara cantar la larga introducción de ‘Y, sin embargo, te quiero’, como Pasión Vega, una copla total, donde se revela que sus gregarios cantan mucho mejor que él, que prosiguió enlazándola con su ‘Y sin embargo’ a secas. Tras ‘Ruido’, algo rumbera, aspiró un ventolín y se le vio en pantalla gigante. Pero no es grave y continúa el show a medio gas hasta que el respetable hace propio el hit ‘19 días y 500 noches’, con su cadencia calé, antes de hacer mutis Sabina otra vez para que sus escuderos cantaran otras dos canciones (mucho mejor el rock de Asúa ‘Las seis de la mañana’) y él recuperara fuelle.

Y regresó, con el doble vals ‘Noches de boda’ unido a ‘Y nos dieron las 10’, y el rock muy rollingstoniano ‘Princesa’, donde también le echan un cable sus músicos al micrófono, un rock rematado por una ovación descomunal, de estas en las que el público también se jalea a sí mismo. Y se fueron los ocho, y la peña gritó «otra, otra», y pataleó las gradas, y jaleó «oeoeoeeee», y algunos dijeron «beste bat», y los músicos dieron un bis, claro. Costó, porque el líder debería respirar, pero lo concedieron. ‘Contigo’, la de ‘yo no quiero’, fue muy bonita y se meció cual vals, con la gente entregada, con la parroquia comulgando, generando el mejor momento de la velada, con el púbico ondulándose, y adiós con ‘Pastillas para no soñar’, en plan los Beatles del Sargento Pimienta, y con Sabina tocando los platillos sentado en el taburete. ‘Hasta siempre, Bilbo’, dijo, y se dieron las luces y saludaron ante las 10.000 personas que ovacionaban en pie.

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