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martín ibarrola
BILBAO
Lunes, 17 de julio 2017, 21:30
La Basílica de Begoña se llenó en la tarde del lunes de rostros que escuchaban en silencio la homilía del cura. Eran los cientos de familiares, amigos y vecinos que acudieron al funeral de Irene Arranz y Mikel Larrea, los dos jóvenes vizcaínos que murieron ... en un accidente de coche cuando regresaban del inhóspito paraje boliviano del Salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del mundo. Ella, natural de Gorliz, tenía 27 años y trabajaba en el hospital de Sant Joan de Deu en Barcelona. Él, bilbaíno de 26 años, acababa de terminar una beca en Argentina. Los abrazos, los besos y las anécdotas compartidas fueron la única manera de arroparse unos a otros en un momento de tanto dolor. Los cuerpos de la pareja habían llegado la semana pasada a su tierra natal en el mismo avión donde viajaba Ander Herrero, amigo de las víctimas y quien resultó herido en el mismo siniestro.
Después del velatorio del sábado, los seres queridos se acercaron a Begoña para recordar a esta pareja, fallecida cuando el todoterreno en el que viajaban se salió de la calzada y volcó por un error del conductor. Para las siete de la tarde del lunes la basílica estaba tan abarrotada que los asistentes se agolpaban cabizbajos alrededor de los bancos y en las esquinas. «En tardes como esta es habitual mirar a dios y preguntarle por qué. La muerte siempre se nos presenta como tristeza, tinieblas y sombra. Vamos a invocar a la luz con este cántico», predicó el cura que oficiaba la misa, invitando a los congregados a cantar al unísono. «Los funerales siempre reúnen a personas muy diferentes, y sin embargo nadie se siente extraño. Debemos seguir las enseñanzas que nos dejaron Irene y Mikel. La alegría, la facilidad para hacer amigos, el amor por el deporte y la naturaleza...».
La familia no encontraba las palabras para dirigirse a los asistentes. «No hay suficientes días para agradecer vuestro cariño. Seguiremos el ejemplo de ellos dos: cómo vivían, cómo se apasionaban, cómo cuidaban de nosotros y del resto, cómo se amaban». Los cientos de personas se apelotonaron entonces alrededor de la puerta y protagonizaron una sentida despedida. Discursos improvisados de amigos, canciones con guitarra y una versión de 'Txoria txori' que entonaron todos los asistentes entre lágrimas. «Cada vez que vaya de viaje llevaré a Mikel y a Irene en mi mochila. Recordaré su sonrisa», exclamó la prima del fallecido. Las compañeras del hospital donde trabaja Irene repartieron pulseras que habían confeccionado en el ala de oncología. Un amigo de la pareja apenas garabateó una frase en el libro de firmas. «Hay vidas muy cortas... ¡pero la de Mikel e Irene fue tan intensa!».
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