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Luis Alfonso Gámez
Sábado, 13 de febrero 2016, 01:12
«Cuando empiezas como investigador esperas trabajar en algo interesante, pero nunca crees que será algo que va cambiar la ciencia, como la detección de las ondas gravitacionales», dice Borja Sorazu desde la Universidad de Glasgow (Escocia). El físico e ingeniero electrónico getxotarra, de 38 años, forma parte desde hace diez del Instituto de Investigacion Gravitacional de la universidad escocesa, uno de los equipos experimentales sobre ondas gravitacionales.
Albert Einstein predijo en 1916 que los sucesos más violentos del Universo tenían que provocar perturbaciones en el espacio-tiempo que, como las ondas que causa una piedra al caer en un estanque, se propagarían por todo el Cosmos. El consorcio internacional del Observatorio de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO), formado por un millar de científicos -entre ellos, Sorazu- de dieciséis países, anunció el jueves que había detectado las perturbaciones causadas por la fusión de dos agujeros negros hace 1.300 millones de años, cuando la vida en la Tierra ni siquiera era multicelular.
«Esto va a revolucionar la ciencia», anuncia el científico vasco. Coinciden con él luminarias como Stephen Hawking y Kip Thorne, físico teórico y uno de los padres del LIGO. ¿Por qué? «Por ejemplo, porque los agujeros negros son imposibles de ver. Lo que hemos conseguido es dar a la Humanidad un nuevo sentido para percibir el Universo. Ahora, podemos escuchar a los agujeros negros. Somos ya sensibles al movimiento del espacio tiempo».
La fusión de los dos agujeros negros registrada el 14 de septiembre «emitió tanta energía como tres soles», ha dicho Thorne. Pero, a medida que esas ondas gravitacionales se alejaban a la velocidad de la luz, su tamaño se reducía, como ocurre en un estanque con las olas de agua. «La sensibilidad del LIGO es increíble. En 4 kilómetros de longitud del instrumento, somos capaces de detectar cambios de longitud de una diezmilésima parte del diámetro de un protón. Podríamos medir la distancia entre el Sol y la estrella más cercana, que está a 4,2 años luz, con un margen de error equivalente a un pelo humano», explica el investigador vizcaíno. Traducido a kilómetros, Próxima Centauri está a 40 billones (un cuatro seguido de trece ceros) de kilómetros.
Después de obtener sus dos licenciaturas en la Universidad del País Vasco, Sorazu llegó hace quince años a Escocia para hacer el doctorado en optelectrónica en la Universidad de Strathclyde. Cinco años más tarde, ya doctor, se le presentó la oportunidad de optar a la plaza que ahora ocupa. «Cambié un departamento muy importante en fotónica por uno que ha revolucionado la ciencia». Durante años, trabajó en la actualización del LIGO, que comenzó a operar en 2001 y estuvo parado para mejoras desde 2010 hasta septiembre del año pasado. Ahora se ocupa de que los detectores del LIGO en Livingston (Louisiana) y Hanford (Washington -los que han captado las primeras ondas gravitacionales- funcionen bien y que la información que obtengan sea válida desde el punto de vista científico, además de trabajar para GIO600 -el laboratorio alemán- y ensayar en un prototipo de 10 metros nuevas tecnologías de interferometría avanzada para incrementar la sensibilidad de los futuros detectores.
«Me emocioné»
Para validar la detección de las ondas gravitacionales y descartar que lo captado fuera ruido, tenían que registrarse tanto en Livingston como en Hanford, separados por unos 3.000 kilómetros. «Lo que hemos detectado podíamos no haberlo visto por media hora», advierte Sorazu. La primera instalación estaba ya en modo científico -registrando datos válidos- el 14 de septiembre, pero la segunda estaba en modo de pruebas todavía una hora antes del hallazgo y no entró en modo científico «hasta media hora antes». De haber seguido en pruebas por lo que fuera, el descubrimiento se habría retrasado.
«Gracias a las ondas gravitacionales, vamos a dar respuesta a muchas preguntas y, lo que es más importante, a descubrir cosas que van a hacer que nos hagamoss nuevas preguntas. Cuando Galileo miró por el telescopio, no sabía que había otras galaxias. A partir de ahora, vamos a ver eventos extraordinariamente violentos y cosas nuevas que no sabemos que existen. Hasta ayer, no teníamos pruebas de que hubiera un agujero negro que orbitara en torno a otro», destaca el físico getxotarra. Aunque él y sus compañeros sabían desde hace meses lo que habían descubierto, cuando se anunció por televisión estallaron de alegría. «Nunca me había imaginado que pudiera llegar a formar parte de algo así. Me emocioné. Aquí (por la Universidad de Glasgow) estuvimos aplaudiendo cinco minutos».
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