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nerea azurmendi
Domingo, 7 de mayo 2017, 02:15
Entre marzo y junio de 1937, a medida que iban cayendo posiciones y poblaciones fieles a la República y se estrechaba el cerco sobre Bilbao con su aparentemente inexpugnable 'cinturón de hierro', más de 20.000 niños y niñas vascos fueron evacuados de la zona de guerra. El Departamento de Asistencia Social del Gobierno vasco, del que era titular el socialista Juan Gracia, diseñó un minucioso dispositivo que hizo posible una evacuación ordenada y controlada; ejemplar, dadas las circunstancias.
Respondiendo a la llamada de aquel Gobierno, Francia acogió a más de 15.000 niños. También lo hicieron Bélgica, la Unión Soviética, Dinamarca, Suiza, México... Uno de los contingentes más numerosos fue el que desembarcó en Gran Bretaña, concretamente en Southampton, el 23 de mayo de 1937. Lo integraban 3.826 niños y niñas; 96 maestras; 118 auxiliares ('señoritas') y nueve curas. Todos habían embarcado dos días antes en Santurtzi en el incansable 'Habana', el viejo trasatlántico, diseñado para trasladar a 800 viajeros, que protagonizó gran parte de los viajes de aquel éxodo infantil.
El parecido entre las imágenes de un 'Habana' sobrepasado, con cientos de niños hacinados en la cubierta, y las de los barcos que tratan de cruzar el Mediterráneo es sobrecogedor. Pero en esta historia las moralejas son tan obvias que ni tan siquiera es necesario plantearlas.
«Por razones humanitarias»
«Nuestros niños vascos de hace 80 años son los niños que huyen hoy de las guerras», dijo esta semana en la Jornada sobre el Derecho a la Educación que ha tenido lugar en el campus donostiarra de la UPV/EHU Luis Mari Naya, miembro del equipo del Grupo de Estudios Históricos y Comparados en Educación Garaian e hijo de un 'niño de la guerra' evacuado a Gran Bretaña. «La diferencia fundamental entre lo que sucedió en 1937 y lo que pasa en 2017 recuerda, es que organizó la evacuación un gobierno legítimamente constituido y reconocido, y que los países receptores tuvieron gobiernos y sociedades que pusieron los medios necesarios. Ahora salen con cero apoyo, y cuando llegan se encuentran con campos de concentración».
Carmen Kilner, miembro de Basque Children Association
Antes de adoptar el Kilner de su esposo, Carmen se apellidaba Sánchez González. Es hija de Eduardo, natural de Murcia, y de Ana María, nacida en la calle Urbieta de San Sebastián, que con 21 años acompañó a los niños vascos que hallaron refugio en Gran Bretaña y, finalmente, se estableció en aquel país.
Ana María formó parte del contingente de maestras que acompañaron y atendieron a los niños evacuados. ¿Cómo las seleccionaron?
A la hora de organizar la evacuación, el Gobierno vasco dio mucha importancia a la educación de los niños y niñas, porque pensaba que solo iban a pasar unos meses fuera y no quería que se retrasaran en sus estudios. Por lo tanto, a las maestras se les exigía el título, y que fueran voluntarias. Mi madre, que también estaba comprometida ideológicamente, se presentó, fue aceptada, le dieron el número 73, y allí se fue. Todo lo que recibió fueron 7 libras, el primer mes. Luego se acabó el dinero, y pronto ya no hubo ni Gobierno vasco. De todas maneras, en Euskadi tampoco habrían estado las cosas mucho mejor para una maestra republicana...
La manera en que en Gran Bretaña se organizó el acogimiento de tantos niños en tan poco tiempo y sin el apoyo del Gobierno resulta extraordinaria. ¿A qué lo atribuye?
Desde el inicio de la guerra ya existía un gran movimiento de apoyo y solidaridad hacia la causa republicana, por lo que, a pesar de la resistencia de un Gobierno que se escudaba en la neutralidad, la base social estaba puesta. Además, no hacía ni veinte años que había acabado la I Guerra Mundial y la gente, sobre todo las mujeres, estaba muy acostumbrada a organizarse, a recaudar fondos, a enviar ayuda al extranjero... En lugar de hablar y pasarse la pelota unos a otros, se sentaron, se remangaron, vieron qué podía hacer cada uno y lo hicieron. Sin móviles, sin correo electrónico, sin burocracia... Con voluntad y solidaridad. Fue una operación formidable de la que todos tenemos mucho que aprender.
Pero no fue un cuento de hadas.
No, en absoluto. Entre las colonias, por ejemplo, hubo grandes diferencias. Unas fueron extraordinarias y otras pésimas. También hubo gente y medios de comunicación, sobre todo los tabloides, que pronto empezaron a decir que en España ya no había guerra y que había que devolverlos. Aprovechaban cualquier incidente para predisponer a la sociedad en contra de los niños. Por suerte, no hubo muchos, y las repatriaciones por mala conducta fueron escasas.
¿Quedan muchos supervivientes?
En la última comida que se hizo se reunieron en torno a una docena, que eran los que estaban en condiciones de desplazarse. Hay algunos más; pero, obviamente, ya son todos muy mayores.
La Basque Children Association of 37 no surgió hasta 2002. ¿A tiempo para recoger su legado?
Recuperar esa memoria que se estaba perdiendo fue la razón por la que Natalia Moreno, hija de una maestra, y Manuel Moreno, hijo de una niña, crearon la asociación. Ahora, a través de la web basquechildren.org, las redes sociales y las actividades divulgativas y educativas que desarrollamos, también somos una referencia para los descendientes de aquellos niños y niñas, que no habían tenido contacto entre ellos. Y estamos observando un interés creciente por la historia en los lugares en los que hubo colonias. Algunos están preparando conmemoraciones muy interesantes con motivo del aniversario.
En el caso de Gran Bretaña, falló uno de los elementos: el apoyo de un Gobierno que, en nombre de la no intervención, se lavó las manos con flema genuinamente británica. No obstante, la falta de implicación oficial no fue excusa para la indiferencia de una sociedad ya previamente posicionada a favor de la legitimidad de la República. El relato del bombardeo de Gernika que publicó en 'The Times' George Steer terminó de sacudir las conciencias en la calle y en el Parlamento. Y fue una parlamentaria conservadora, la duquesa de Atholl, presidenta del grupo creado a finales de 1936 para socorrer a España, la que lideró la presión para que Gran Bretaña admitiera a los 'ninos'.
«Al igual que gran parte de los que ayudaron, no lo hizo por razones políticas, sino por razones filantrópicas y humanitarias», destaca Carmen Kilner, que detalló en la Jornada todos los pormenores de la movilización social que permitió acoger y acomodar a cerca de 4.000 niños en poco más de una semana. Concretamente, en los ocho días que mediaron entre el 15 de mayo, día en el que el Gobierno británico dio su brazo a torcer y autorizó la llegada de los 'basque children', y el 23 del mismo mes, cuando desembarcaron, con poco más que una tarjeta de identificación y una maletita, pequeños asustados, separados de sus familias, castigados por la guerra y el viaje.
Inicialmente, iban a ser 2.000. Llegaron 3.826. Ya les esperaba al norte de Southampton un gran campamento de acogida, North Stoneham. Tiendas blancas sobre campos de labranza. Las tiendas las había alquilado, previo pago de su importe, el muy neutral ejército británico. Las parcelas las cedió un granjero.
Los niños viajaban bajo las condiciones de dos gobiernos. El vasco dispuso que permanecieran agrupados, para no romper familias, y que se velara por su educación. El británico impuso la edad de 7 a 15años, los exámenes médicos y los 'cupos ideológicos', de manera que los niños y niñas fueron seleccionados en función de los resultados electorales y la filiación política que declararon sus padres: tantos nacionalistas, tantos comunistas, tantos socialistas, tantos anarquistas...
Un centenar de 'colonias'
Las condiciones económicas también las fijó un Ejecutivo británico que, obsesionado por no gastar una libra en la operación, exigió al Basque Children's Comittee -que coordinó la logística- garantizar el equivalente a 35 euros por niño y por semana.
En el campo, cada grupo se estableció en su zona. La más amplia, con capilla, correspondió al PNV. Carmen Kilner indica que, sin embargo, en la jerarquía católica británica, a diferencia de otras confesiones que se emplearon a fondo, pesó más su simpatía por Franco que el ejercicio de la virtud de la caridad. Atender a tantos niños fue una odisea, una prueba que se superó a base de solidaridad y esfuerzo. Total, iban a ser tres meses...
Pero en junio cayó Bilbao, y el Gobierno vasco y sus recursos empezaron a disolverse hasta desaparecer, como la esperanza de un regreso cercano. Empezaron a flaquear las ayudas, pese a que los propios niños organizaban incontables actividades para recaudar fondos. El campo se fue desmantelando, y los niños y sus maestras se trasladaron, siempre en grupo, a las 'colonias' que surgían allí donde un grupo de personas de buena voluntad ponía a su disposición un lugar donde vivir.
Llegaron a ser un centenar, la mayoría en Inglaterra, si bien hubo cuatro en Gales y una en la lejana localidad escocesa de Montrose. Para mayo de 1938, la mitad de los niños habían sido reclamados por sus familias y volvieron a Euskadi. «Deseamos que lo encuentre usted mejorado y crecido», decía la carta con la que retornaban. La II Guerra Mundial aceleró los regresos, porque Gran Bretaña tenía sus propios problemas, y sus propios niños evacuados. Al final, quedaban poco más de 400. Muchos no tenían una familia a la que volver. Algunos, con los 16 ya cumplidos, decidieron quedarse y hacer su vida en el país de acogida.
La última colonia se cerró en 1947, clausurando un episodio que 80 años después tal vez sea más necesario que nunca recordar.
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