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JON URIARTE
Sábado, 27 de febrero 2016, 01:23
No pararé, ni un segundo, en analizar los presuntos motivos de los descerebrados que el jueves montaron una batalla urbana en Bilbao. Me da igual que falle la educación, los valores o que de pequeños sufrieron trauma porque les daban un petit suisse en lugar de dos. Tampoco me importa que vengan de familias desestructuradas, que sean la oveja negra de la Kelly Family, que vengan de barrios chungos o sean pijos con alma de quinqui. Psicólogos, educadores y sociólogos tiene de sobra el planeta Tierra para ello. Me da igual. Hace tiempo que tengo algo claro. Hay gentuza que merece castigo y luego, si se tercia y merece la pena, rehabilitación. Por eso lo del jueves tiene una clara solución. Mano dura.
No quiero decir porra dura, que también. No se entiende que llegue un autobús de esta horda de salvajes por la mañana del jueves a las cercanías de San Mamés y que sea recibido por dos municipales. Nada más. A los hechos y los ojos presentes me remito. Y que haya más agentes de la Ertzaintza para vigilar al Gargantúa en Aste Nagusia que para vigilar a los ultras del OM. Eso o algo falló. Porque jamás deberían haber llegado a las cercanías de Pozas. Ni siquiera subir por Doctor Areilza. Servidor estaba en Madrid durante la semana y pude leer, escuchar y ver los cruces de mensajes entre los imbéciles, que nunca serán aficionados, que todos tenemos. Porque en casa también hay tontos de baba a falta de un hervor. Aunque debemos apuntar que en Marsella tienen más. Curioso que su bonito campo sea un eral, con poco más de media entrada, y la grada de violentos esté como la plaza del Dúo Sacapuntas. Abarrotá. En Madrid me recordaban los días previos que ya la montaron en el antes y el después de un partido en el Calderón. Vamos que a éstos les da igual la «excusa política» que manejen los ultras contrarios. La cosa es dejar huella. A poder ser en la cara ajena y en ciudad foránea. Y en eso son unos fenómenos. Por eso extraña, y mucho, que la situación «haya superado» las previsiones de las autoridades. Dicho lo cual, pasemos a explicar lo de la mano dura.
Condenas largas y multas contundentes. Y que no nos vengan con que no se puede. Bien que se aplicó en la Kale Borroka. De forma categórica, además. De hecho levantó polémica porque salía más caro un contenedor que robar en un ayuntamiento. Lo cual da que pensar. Pero parece que, en cierto modo, funcionó. Cuando el detenido o su familia tienen que pagar las papeleras quemadas, los escaparates rotos o el autobús apedreado, salir de caza ya no tiene tanta gracia. Y si funcionó de manera significativa en un asunto tan complejo, con trasfondo social, económico y político, como el de nuestra tierra y en los años más convulsos no se entiende por qué no se aplica al fútbol. ¿O solo vale para la Kale Borroka?. En su día, Santos Mirasierra, francés de origen español y líder de los ultras del OM, fue detenido y finalmente condenado a tres años y medio, allá por 2008. Salió dos años más tarde, con la condición de llevar una pulsera electrónica y no pisar un campo ni para regarlo. Pero quiero recordar un detalle. Pepe Diouf presidente del club de sus amores, que ya le había librado de la cárcel y pagado su fianza anteriormente, declaró a la prensa que el chaval no tenía la culpa. Que era rebelde porque el mundo le ha hecho así y que los malos son los otros porque le provocan. El presidente de ahora es Vincent Labrune. Y sería interesante saber qué opina de lo sucedido. Incluida la exhibición de bengalas de los suyos en San Mamés. Siempre digo que deberían hacerles una colonoscopia, con ellas encendidas, a quienes las llevan a un campo de fútbol. Lo mismo les vemos por fin el cerebro. Porque desde luego no lo tienen en la cabeza. En esa solo hay una neurona rodeada de odio, rabia y frustraciones.
Hace años creíamos que quitar las vallas facilitaría las invasiones de los estadios. Pero no fue así. De hecho, está comprobado que enjaular es peor. Y hablo en plural, porque San Mamés fue el primer campo de nuestra Liga en quitarlo y nunca ha pasado nada. Lo que demuestra que el problema no es el fútbol como espectáculo. Ya no hay tantas tanganas en las gradas como en, por ejemplo, los años 80. Pero hace falta algo más. Que el resto de la afición, y esto vale para todos los clubes, señalen, condenen y aparten a los violentos. Que presidentes y directivas sean implacables con los propios y los ajenos. Que si alguien enciende una bengala se pare el partido y no se reinicie hasta que detengan al culpable o culpables. Que los jugadores se impliquen y les critiquen públicamente y que no les rían las gracias a los macarras que se esconden bajo los colores comunes. Y que se aprueben nuevas leyes que endurezcan las penas para que los jueces puedan meter un puro a quien destroza una ciudad y golpea a sus habitantes. Hasta que eso no pase, da igual quién meta más goles en el partido. Seguirán ganando los imbéciles.
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