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Iñigo Crespo
Miércoles, 17 de febrero 2016, 17:59
Pocos remates resultan más plásticos y vistosos que una chilena bien ejecutada. Es el movimiento más complejo y traicionero de todos, ya que puede encumbrar al futbolista o retratarlo como un aspirante pretencioso. El origen de la jugada, sin embargo, no es tan lustroso o lujoso. El bilbaíno Ramón Unzaga (1894) no empleaba esta catapulta inversa para anotar goles de ensueño o realizar remates imposibles para cautivar al público, sino para evitar los tantos del adversario.
El antiguo defensa levantó de sus asientos a los espectadores del campo de El Morro en enero de 1914, y forjó su modesta leyenda en la ciudad chilena de Talcahuano, donde llegó procedente de Deusto con sólo 12 años. En 2014, de hecho, inauguraron una escultura conmemorativa junto al estadio, que también lleva su nombre y acoge los partidos de La Naval, de Segunda división. Aquella primera vez que Unzaga realizaba la chilena en un recinto con público presente no tuvo una gran repercusión más allá del boca a boca o alguna pequeña referencia en los periódicos de la región. En las ediciones de Copa América de 1916, 1917 y 1920, sin embargo, los grandes combinados de Brasil, Argentina y Uruguay quedaron impresionados con las chilenas del bilbaíno, que no habían visto nunca antes.
Unzaga inventó una de las jugadas más prodigiosas que puedan verse en un campo de fútbol y se le venera en la provincia en la que vivió. Se le reconocía como un hombre aplicado -se especializó como contador- y laborioso, ya que trabajó en una mina de carbón. Sin embargo, su fuerte temperamento le jugó más de una mala pasada, sobre todo cuando le expulsaban del terreno de juego. En una ocasión, cuando el colegiado le mostró el camino a los vestuarios, el aguerrido defensor de Deusto se dirigió a su caseta, cogió una pistola y regresó al césped. Lanzó dos disparos al aire que sustituyeron al pitido final del árbitro. El partido finalizó ahí.
Tampoco puede decirse que fuera el tipo más humilde de la historia del fútbol, según se traduce de estas declaraciones que realizó cuando fue de nuevo expulsado. «En dos ocasiones el árbitro me cobró falta por un salto de lujo que daba a fin de rechazar la pelota alegando que fouleaba -cometía falta- al jugador contrario. Me vi obligado a observarle al árbitro su error, alegándole que reconocidos jueces no me la habían penado. Siguió después un cambio de palabras que trajo por resultado la orden del señor Beitía (el colegiado) para que abandonara la cancha. Me negué a salir para 'arreglar cuentas'. Lo hice y fuera de ella tuve con el señor Beitía un cambio de bofetadas», reconoce en una entrevista de la época. Su nieto lo recordaba con cierta sorna en una entrevista en el diario 'La Tercera', de Chile, hace dos años: «Sus intereses eran trabajar, estudiar y jugar. Era un vasco con todos los defectos de los vascos, como el mal genio».
Polémica
El origen y la autoría de la chilena prolongó durante años una ardua polémica entre chilenos y peruanos. Los primeros bautizaron la acrobacia como 'chorera' por el gentilicio de la región donde vivía Unzaga hasta que los periodistas uruguayos y argentinos comenzaron a referirse a ella como 'chilenita'. En Perú, mientras tanto, aseguraban que ya habían visto 'chalacas' -como ellos decían- antes de 1914, ya que los trabajadores del puerto de El Collao, de origen africano, la empleaban en sus encuentros contra los ingleses.
Sin embargo, el escritor Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, una brillante disección del deporte rey, no deja lugar a la duda. «Ramón Unzaga inventó la jugada en la cancha del puerto chileno de Talcahuano: con el cuerpo en el aire, de espaldas al suelo, las piernas disparaban la pelota hacia atrás, en un repentino vaivén de hojas de tijera». Resulta evidente que las chilenas de Ramón Unzaga no serían tan estéticas o brillantes como las que han firmado Rivaldo, Ronaldinho, Cristiano Ronaldo e Ibrahimovic, entre otros, durante este siglo, aunque sí será el hombre que puso el germen de la acción más espectacular del fútbol.
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