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Carlos Benito
Domingo, 8 de marzo 2015, 01:48
Son pocos, solo 160 en el conjunto de las fuerzas armadas británicas, pero llaman mucho la atención. En los desfiles se los localiza de inmediato, gracias a esas barbas y esos turbantes que rompen la monotonía estética: son exigencias de su religión que se imponen al reglamento sobre el uniforme, del mismo modo que las normas de tráfico les permiten circular en moto sin casco. Y también está el caso de Jatinderpal Singh Bhullar, el primer sij incorporado a la guardia real, a quien se puede ver desde hace dos años vigilando Buckingham con su tocado tradicional, en lugar del emblemático gorro de piel de oso de sus compañeros.
Ahora, el Reino Unido estudia la posibilidad de crear un regimiento completo de sijs, como los que tanta gloria acumularon en los campos de batalla de los siglos XIX y XX. "Ustedes son conscientes del servicio extraordinariamente gallardo y distinguido que los sijs han prestado a este país a lo largo de las generaciones", ha recordado un parlamentario conservador en una sesión de los Comunes. No se trata de una idea nueva, y de hecho cuenta con partidarios tan ilustres como el príncipe Carlos, pero la última vez que se puso sobre el tapete no llegó a prosperar: la Comisión de Igualdad Racial dictaminó que un regimiento de estas características "supondría segregación, que es lo mismo que discriminación".
A los británicos les costó mucho hacerse con el Imperio Sij, a mediados del siglo XIX, y después se dedicaron a reclutar a aquellos guerreros que les habían presentado una resistencia tan fiera. El historial de esta comunidad como parte de las tropas coloniales llama la atención por sus abultadas cifras al inicio de la Primera Guerra Mundial, había más de cien mil sijs en las filas británicas, lo que equivalía al 20% del total y por su extraordinario grado de compromiso, del que dieron muestras tempranas: en 1857, respaldaron a la metrópoli frente a la revuelta de los cipayos, contribuyendo así a mantener la India dentro del imperio; en 1897, en la batalla de Saragarhi, 21 sijs defendieron un puesto ante el ataque de diez mil afganos y, con obstinación que unos calificarían de heroica y otros de suicida, prefirieron morir antes que rendirse.
A los soldados sijs, los 'leones negros' del Ejército británico, siempre los rodeó un aura de temeridad casi romántica. En la Primera Guerra Mundial, sus batallones combatieron en Mesopotamia, en Galípoli donde perdieron 371 hombres en unos minutos, en Palestina y en Francia: la visión de aquellos hombretones de piel oscura, con la cabeza cubierta por el 'dastar', causó una honda impresión a los europeos de la época, que escuchaban además cómo algunos se negaban a guarecerse en las trincheras. "No penéis por mi muerte, porque moriré con las armas en la mano y las ropas del guerrero, la muerte más feliz que nadie puede desear", escribía a su familia un sij que luchó en el Somme. En la Segunda Guerra Mundial, fueron destinados a Birmania, Italia, Irak y Egipto y también obtuvieron grandes honores.
Todos británicos
Como resultado de ambos conflictos, murieron 83.005 sijs que combatían por el Reino Unido y resultaron heridos casi 110.000. "Los británicos tenemos una deuda enorme y duradera con los sijs. En este siglo hemos necesitado su ayuda dos veces y nos la prestaron. Gracias a aquella ayuda oportuna, hoy somos capaces de vivir con honor, dignidad e independencia. En la guerra, lucharon y murieron por nosotros", elogió Winston Churchill. Tras la independencia, su prestigio ha tenido continuidad en el Ejército indio: los sijs son solo el 2% de la población del país asiático, pero entre los militares representan el 10%. Dos de los cinco últimos jefes de Estado Mayor pertenecen a esta comunidad.
Los políticos británicos contemplan ahora la posibilidad de un regimiento sij como una vía para mejorar la diversidad étnica de sus fuerzas armadas, un asunto que preocupa desde hace tiempo: las minorías constituyen un 5,50% del Ejército, cuando en el conjunto de la sociedad rebasan el 14%. Como detalle significativo, se suele señalar que hay menos musulmanes británicos entre sus propias tropas que en las del Estado Islámico. Pero la iniciativa tiene toda la pinta de encallar en el mismo escollo que la última vez: frente a lo que ocurre con la singular brigada de gurkas, reclutada en Nepal, los sijs del hipotético regimiento serían todos británicos, así que su especificidad solo podría justificarse con peliagudos argumentos religiosos o étnicos. Aquí, la llamativa diferencia estética no cuenta para nada.
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
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