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A. GONZÁLEZ EGAÑA
Domingo, 12 de marzo 2017, 02:42
«Francisco Javier Gómez Elosegi era el clásico psicólogo de novela al que solo le faltaba la pipa. Era una persona muy reflexiva, además de intelectual y humanamente muy potente, pero, sobre todo, destacaba como persona esencialmente buena». Javier del Moral, uno de sus amigos y compañero en la prisión de Martutene y en el sindicato ELA, reconoce que todavía siente «mucho dolor» al recordar el 11 de marzo de hace 20 años en que ETA asesinó al joven funcionario de prisiones. De su trayectoria como militante sindical activo cita con orgullo el trabajo que, en ELA, lideró, junto a él y otros afiliados, «en defensa del final de la dispersión de los presos etarras, del respeto escrupuloso de los derechos humanos para todos los reclusos y de la humanización de las prisiones».
A las ocho de la mañana de aquel martes de marzo, como cada día, Francisco Javier salió de su casa en el barrio donostiarra de Gros para dirigirse a la cárcel de Martutene, donde trabajaba desde hacía quince años. Cuando apenas le separaban 100 metros de su portal, un terrorista, encapuchado y con gafas, se le acercó por la espalda y le disparó un tiro en la nuca. El joven psicólogo cayó desplomado sobre la acera aún con un hilo de vida y fue trasladado al hospital, donde finalmente ingresó cadáver. Tenía 37 años, estaba casado con Mari Carmen Merino y era padre de una niña de 3 años.
Por la reinserción
Gómez Elosegi, además de ejercer como único psicólogo de la cárcel de Martutene, participaba en el curso de Formación de Becarios del Cuerpo Técnico y Ayudantes de Instituciones Penitenciarias impartido por el Instituto de Criminología de San Sebastián. Destacó en su labor de formador de funcionarios de prisiones y transformador del medio penitenciario. De hecho, estaba muy volcado en la reinserción de los presos. Del Moral rememora que dos años antes del atentado participó en la redacción del documento sobre el acercamiento de los presos que este sindicato y LAB habían presentado ante la comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco en diciembre de 1996.
Dos décadas después del atentado, su compañero Del Moral se sigue preguntando «¿para qué sirvió su asesinato y todos los demás». «A él lo mataron, pero todo lo que reivindicaba todavía está por conseguir 20 años después», se lamenta. «Ojalá hubiéramos estado en la situación de ahora porque, seguramente, Francisco Javier estaría aquí», reflexiona.
La víctima y su esposa no llevaban mucho tiempo viviendo en el barrio de Gros. Se habían conocido siete años atrás y tres después se casaron. Al poco nació su única hija, Irene. Él había montado una consulta de psicología que empezaba a ir bien. En una entrevista publicada unos días después del asesinato, Mari Carmen Merino aseguró que «odiando no se consigue nada». Explicó además que en la cárcel era «muy querido por todos, tanto por los presos de ETA como por los comunes. Muchos que ya estaban rehabilitados y que habían salido de la cárcel nos paraban por la calle para saludarle».
En detalles similares coincide el propio Del Moral. Cuando ETA mató a Francisco Javier, «gente de la izquierda abertzale, incluso ex presos, a título personal, hicieron llegar al sindicato, o en persona en la sede, su disconformidad con el asesinato».
Javier tocaba en la misma txaranga que el empresario Patxi Arratibel, asesinado por ETA en Tolosa un mes antes, aunque, desde que había nacido su hija, lo dejó para pasar los carnavales con ella. Aquel atentado le afectó muchísimo. En aquel momento, además, otro funcionario de prisiones, José Antonio Ortega Lara, llevaba más de un año secuestrado por la banda terrorista.
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