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Mateo Balín
Miércoles, 23 de noviembre 2016, 10:48
De la sede nacional del Partido Popular a la puerta del Tribunal Supremo hay apenas 200 metros. Dos calles. Un corto paseo que, ni en sus peores sueños, una histórica del partido como Rita Barberá pensó que algún día recorrería. Pero su caída en desgracia ... tras perder la «mayoría absolutísima» en el Ayuntamiento de Valencia en 2015 fue el punto de partida de su annus horribilis. Un trance que este lunes escribió un nuevo capítulo en una sala del alto tribunal, donde declaró como investigada durante una hora por un delito de blanqueo de capitales supuestamente cometido en la financiación del Grupo Municipal del PP valenciano que ella presidió. Nadie podía sospechar entonces que aquel fuera su último acto público, que su imagen abandonando el Supremo, subida en un taxi, sería la última que iban a captar las cámaras.
El abrigo negro que vistió aquella mañana contrastaba con el rojo de sus zapatos y del fular, daba más realce al collar y pendientes de perlas tan caracerísticos de esta mujer que lo fue todo y se quedó en nada. Pero el desgaste que había sufrido Barberá era más que evidente. García-Margallo, gran amigo de ella, dijo poco después de conocer la noticia de su muerte que "Rita atravesaba una fuerte depresión", que "se estaba medicanddo", que "esta semana íbamos a quedar a cenar". Este lunes la que fuera alcaldesa de la capital del Turia durante 23 años entró y salió de la declaración ante el magistrado Cándido Conde-Pumpido, instructor de su causa, con el rostro cansado, compungido, muy alejado de aquella sonrisa perenne que le acompañaba en los años de vinos y rosas del PP de la Comunidad Valenciana.
Tampoco fue de extrañar. Accedió al Supremo bajo una lluvia de improperios. "Borracha", "corrupta" fue lo más suave que escuchó. "¡Ojalá te condenen!", le gritaron a un Rita con semblante serio, muy serio. Llegó acompañada de su abogado José Antonio Choclán y de su sobrina María José Corbín Barberá. Del brazo de Choclán bajó los escalones de piedra del Supremo. Con la mirada perdida. "Tolerancia cero contra la corrupción", rezaba una pancarta que habían desplegado un grupo de simpatizantes de Podemos de la Comunidad Valenciana. Ni se percató de su presencia. Y con las mismas, tras sortear a los periodistas que trataron, sin éxito, de arrancarle una palabra, accedió al taxi, por la puerta derecha. Sin decir nada. Y así se fue. Para siempre.
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