Borrar
Mont Saint-Michel.
De Euskadi a Bretaña pasando por París

De Euskadi a Bretaña pasando por París

El ambiente vanguardista del Marais, la fascinación de la abadía de Mont Saint-Michel, un paseo por la costa bretona de Perros Guirec, los alineamientos de Carnac y el ambiente marinero de La Rochelle

Pedro Ontoso

Martes, 12 de julio 2016, 00:43

Mi primer contacto con París hace ya bastantes años fue en Le Marais. Entré con mi coche por la Porte de Vincennes y el Foubourg de Saint Antoine me llevó hasta la plaza de la Bastilla. La plaza de los Vosgos me cautivó y el ambiente del barrio me sedujo. En ese escenario se produjo el flechazo con la ciudad de la luz que nunca descansa. He vuelto varias veces, siempre recalando en Le Marais, que ahora se ha convertido en el nuevo corazón de París. En la zona de moda. Es la primera parada de un circuito con salida de Bilbao en dirección a Normandía y Bretaña. Una sucesión de emociones, placeres y sorpresas. De reencuentro con la historia de Francia, con su pintura y su literatura, con su excelente gastronomía y con sus inolvidables paisajes.

Si se es primerizo en París hay que recorrer los obligados escenarios de postal, aunque Notre Dame y el Museo dOrsay siempre figuran en mi agenda. Si se está de paso, Le Marais y sus aledaños puede merecer una parada para disfrutar de uno de los barrios más vivos y dinámicos de la capital de Sena. Un recorrido por sus callejuelas - la zona judía es muy interesante-, entre hoteles (palacetes), con etapas en distintos museos, como el dedicado a Pablo Picasso o al escritor Víctor Hugo. Tiendas, galerías, terrazas, restaurantes... Armonía entre lo antiguo y la vanguardia. Si se va en pareja o con amigos, una buena opción para cenar es el Bofinger, una braserie tradicional del más puro sabor alsaciano.

La novedad de este distrito es la inauguración reciente de La Canopée, en Les Halles - el antiguo mercado central-, que ha animado todavía más las arterias que rodean el Pompidou, el Centro Nacional de Arte y Cultura, conocido como el Beaubourg. Entre este enclave y la iglesia de Saint Eustache, un templo de estilo gótico tardío, el ambiente está grantizado. La Canopée, la cubierta traslúcida de Les Halles ideada por el arquitecto Patrick Berger, ha dado otro aire a la zona, aunque muchos vecinos protestan porque reververa el sol y les deslumbra.

De París salimos rumbo a la baja Normandía en busca de los misterios de Mont Saint-Michel. Hay que conducir sin prisa para detenerse en pueblos preciosos como Fougéres, Vitré, Dinan o Combourg, una aldea de cuento junto al lago Tranquille, patria chica del novelista y poeta Chateaubriand. Y, por fin, la silueta majestuosa e inconfundible del Monte, que esconde secretos con 1.300 años de historia. Desde que la descubrí, hace veinte años, he regresado otras cuatro veces con familiares y amigos. Y siempre he dormido intramuros. Es la mejor forma de aspirar la atmósfera de esta emblemática roca de un kilómetro cuadrado de superficie. Ahora es un poco más complicado desde que han finalizado las obras para mantener su insularidad con las grandes mareas. Para acercarse con el coche hasta las barreras de control de Mont Saint-Michel es preciso haber hecho una reserva en alguno de los establecimientos del interior, que porporciona un código personal. Luego se puede acceder a pie o utilizando unos autobuses lanzadera.

La mejor forma de disfrutar de esta maravilla es con tranquilidad, cuando los turistas - tres millones al año, 20.000 cada día en verano-, han abandonado sus calles. A las siete de la mañana los hermanos y hermanas de la Fraternidad monástica de Jerusalén realizan los oficios de laudes, y sus rezos se cuelan por las rendijas de la arquitectura medieval. Al atardecer, las vistas desde la parte posterior, sobre el claustro, sobrecogen. La tierra y el mar se confunden con el cielo. Hay que estar atentos a las mareas y sus coeficientes, pues el mar se retira varios kilómetros. Hay paseos por los lodazales, pero hay que tener cuidado con las arenas movedizas.

Pero no solo de fe vive el hombre. A la hora de comer o cenar se puede optar por La Mére Poulard, uno de los restaurantes más antiguos donde sirven su famosa tortilla, muy batida en recipientes de cobre y cocinada en fuego de leña. O el Auberge de Saint Pierre, donde se puede degustar el cordero presalé, marca de la zona. Son animales que no comen piensos ni compuestos, que se alimentan de una flora autóctona, muy yodada, que crece en las marismas saladas. El sabor de su carne es muy especial. Luego, con una copa de Calvados, un aguardiente de sidra de manzana muy peculiar - de color ámbar y aroma inconfundible-, se pueden hilvanar historias que han tenido lugar en esta aldea fortificada. Como el sacrificio de aquellos 119 caballeros que defendieron este lugar sagrado durante la Guerra de los Cien Años.

Guerras. El enclave ha sobrevivido a la Revolución Francesa y al Día D. Lo mismo que sus 199 manuscritos, algunos de ellos joyas de arte fabricadas en el scriptorium de la abadía, fundada en 966 por los monjes benedictinos. Si hay tiempo e interés se pueden ver en la cercana localidad de Avranches, donde mantienen como monumentos algunos de los tanques del general Patton, que se abrió paso por estas carreteras tras el desembarco de Normandía en su camino hacia París, ocupada por las tropas de Hitler. El 25 de julio de 1944 las fuerzas aliadas rompieron el frente alemán en Normandía en una campaña denominada Operación Cobra. Avranches no olvida.

Y de la baja Normadía, hacia Bretaña. Hay que visitar Saint- Malo, la ciudad de los corsarios, y sus fuertes marinos. Y Cancale, para comer en el puerto de La Hule. De aquí partían los barcos a Terranova y en el pueblo sólo se quedaban las mujeres, que han forjado una gran carácter. Hay numerosos restaurantes donde sirven fruits de mer (mariscos), y sus famosas otras, cultivadas en los parques del litoral cercano. Pero la perla de la Costa Esmeralda merece un poco más de interés. Si se dispone de tiempo, hay un ruta preciosa, un sendero de mil horizontes, que conduce al espolón rocoso de Grouin. La vista de la bahía es increíble, es como una azotea desde la que se disfruta la silueta de Mont Saint-Michel. También hay un excelente mirador en Avranches.

Es lo qe ofrece Bretaña. Kilómetros de costa salvaje, farallones que se clavan en el mar y más de 350 faros. Y bosques cargados de leyendas. De los grandes bulevares de París hemos pasado a los caminos tranquilos y los pueblos apacibles, salpicados de calvarios, sobre todo en la zona de Finisterre. Nosotros nos dirigimos a Perros Guirec, en la costa de granito rosa. La zona es espectacular, sobre todo en el paraje natural de Ploumanach. Se puede disfrutar de esta maravilla recorriendo el sendero de los aduaneros. Rocas gigantescas con las formas más variadas, casas y mansiones clavadas sobre las rocas y veleros serpenteando por las aguas. Hay excursiones en barco para acercarse a las Siete Islas donde se mantiene una gran reserva ornitológica con aves curiosas, como la colonia de frailecillos.

Se puede seguir hacia la costa sur de la península para conocer Pont Aven, el pueblo que fascinó a Gauguin en 1886 - el pintor retrató una y otra vez sus rincones-, antes de marcharse a Tahití. Me recuerda la obsesión de Cezánne, en su refugio de Aix en Provence, cuando pintaba una y otra vez el monte Sainte Victoire antes de que una tormenta acabara con él en las canteras de Bibému. Gauguin fue feliz en Pont Aven, encantado con la sencillez de la gente y cegado por su luz. En la cercana Tremalo está la capilla con el Cristo de madera que inspiró su Le Christ jaune (El Cristo amarillo), considerada una pieza clave el simbolismo. Una etapa obligada en la ruta de los amantes del arte.

Bretaña ha fascinado a pintores y a cineastas. Roman Polansky filmó en Locronan y otras zonas su película 'Tess', en la que parecía que había volcado sus demonios tras su deleznable caso de violación a una niña de 13 años. Jean Pierre Jeunet también rodó por aquí 'Largo domingo de noviazgo'. Nuestra ruta nos lleva hacia el golfo de Morbihan, con parada en el bosque de Paimpont, en el corazón de Broceliande, patria del legendario Merlín y escenario de las leyendas artúricas. Magia, druidas, música celta. Es otro de los atractivos de Bretaña, dueña de una cultura ancestral. Paramos en Carnac para recorrer los famosos alineamientos. Tierra de megalitos. Filas y filas de menhires, dólmenes y grandes túmulos. Espectacular. Hay miles. Las leyendas convertían a estas estatuas de piedra en soldados romanos castigados por Dios en su protección a San Cornely. Los expertos dicen que son construcciones que tienen relación con la astronomía.

La localidad de Josselin también tiene su atractivo. Se trata de una villa medieval con un soberbio castillo, en la ribera del canal de Nantes a Brest. Recorrido por Vannes, capital de la zona y otros pueblos de la costa, pero la cabeza la tenemos puesta ya en La Rochelle. Ambiente marinero, mucha luz. Nos dejamos seducir por el olor del mar. Y por las cartas de sus restaurantes. Ya muy cerca de casa.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo De Euskadi a Bretaña pasando por París