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SILVIA OSORIO
Martes, 23 de mayo 2017, 00:10
Solo tenía diez años, pero Flori Díaz recuerda a la perfección el día en el que tuvo que separarse de sus padres y partir hacia Inglaterra en el Vapor Habana para ponerse a salvo de la Guerra Civil. Aquel 21 de mayo de 1937 llegó al puerto de Santurtzi acompañada de sus progenitores y de su hermano mayor, Emilio, a quien no soltó la mano en toda la travesía, que duro dos días. Les embargaba la tristeza, pero a la muchacha de entonces, como relata ahora a sus 90 años, le reconfortaba el hecho de pensar que, por fin, lograba escapar del horror de las bombas. «Tenía miedo de los bombardeos. No sabía ni donde me mandaban, pero estaba contenta porque les decía adiós», señala.
Recuerdos más endebles tiene Juan Ángel Landabaso, quien el 13 junio del mismo año, a los 6 años, zarpó en el mismo trasatlántico, pero para ser trasladado a Burdeos, donde hizo escala para montar en el Sontay, un buque francés con destino a Leningrado. Al octogenario, nacido en Ortuella pero residente en el barrio bilbaíno de Deusto, apenas le vienen imágenes de aquel éxodo infantil que le tocó vivir junto a un hermano. Pero sí reconoce que aunque fue un duro trance para muchos, para él fue solo «una aventura», producto de la inocencia que gastaba con aquella edad. «Me cogió de niño y no le di la importancia que tenía. Sólo recuerdo el Acorazado Cervera, que estaba en el muelle y no nos cañoneó porque teníamos la bandera de la Cruz Roja Internacional», describe.
En la primavera de 1937, más de 20.000 niños vascos fueron evacuados el puerto de Santurtzi hacia países como Inglaterra, Francia o la URSS con ayuda del Gobierno vasco. A Flori y su hermano, el «protector», les tocó entrar en la última tanda y se quedaron sin sitio para dormir. «Pusieron unas colchonetas. ¡Es que no cabía ni un alfiler! Recuerdo muchos mareos y niños llorando porque querían ir junto a sus padres», afirma mientras manosea su tarjeta de embarque,. Lleva impreso el número 4.021. En su caso, fue alojada en un campo de refugiados cerca de Southampton, en Inglaterra. De ahí, pasó a una casa en Theidon Bois, cerca de Londres y propiedad de Leah Manning, parlamentaria inglesa sin cuya intervención no hubiera sido posible su acogida en aquel país. «Fui muy feliz. Nos cuidó a todos y hubiera estado bien que su labor se reconociera mejor», remarca. Solo estuvo un año lejos de su familia.
«Después vino lo peor»
Juan Ángel, que coincide en que él también recibió un trato muy bueno, estuvo dos décadas en tierras rusas ya que el gobierno franquista no les permitía volver sin la ciudadanía, perdida al partir en el Vapor Habana. Allí pudo estudiar, ir a la universidad y convertirse en ingeniero de Caminos. Llego a trabajar en la central hidroeléctrica más grande del mundo en la época. «Fui buen estudiante. Tuvimos una infancia muy buena y en condiciones envidiables». El hombre también encontró al amor de su vida en Rusia: se casó con una joven evacuada desde Asturias.
Flori y Juan Ángel echan la vista atrás y aseguran que «lo peor vino después» de la evacuación. Se libraron de la barbarie de una guerra, pero cayeron de lleno en otras desgracias. En el caso de ella, en la posguerra, que le hizo pasar hambre y le robó su juventud: «Ojalá no vuelva a pasar algo así. Cuando llegamos a Irún, estaba el ejército de Franco y nos trataron como hijos de rojos». Él desembarcó en Lenigrando en plena Segunda Guerra Mundial: «Fui algo inconsciente y pasé de todo: piojos, frío.. Pero no me ha quedado huella. Se preocuparon mucho de mimarnos».
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