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Los hermanos se reúnen habitualmente en un txoko del centro de Santurtzi para brindar con una cerveza.
Larga vida a los Bartolomé

Larga vida a los Bartolomé

Cuatro hermanos octogenarios suman casi 350 años, son una de las familias más longevas de Santurtzi

silvia osorio

Lunes, 9 de mayo 2016, 12:04

Todos tienen hijos y nietos, pero con sus hermanos guardan una vinculación especial, un sentimiento que perdura y no desaparecerá nunca. «Cuando hemos necesitado o necesitamos algo, ahí estamos. Mis hermanos no se han podido portar mejor conmigo. Nunca han fallado». Así lo afirma Rufino Bartolomé, el mayor de cuatro hermanos octogenarios de Santurtzi, una de las familias vivientes más longevas de la localidad marinera y, a día de hoy, probablemente, única en el municipio. Entre los cuatro suman casi 350 años. Rufino está a punto de cumplir los 90 años; Lino es el siguiente y cuenta 87, Nemesio es dos años más joven, y Fernando, el benjamín, tiene 82. En una dura e intensa vida, que se refleja en las arrugas de su rostro y en su mirada, un quinto hermano, José Luis, no ha podido acompañarles en este largo viaje, pues falleció «de hambre» en el 41, en plena posguerra.

Y es que el hambre marcó la infancia de los Bartolomé. Crecieron felices, con la inocencia propia de los niños, junto a sus padres, Lino y María Antonia. Él, un comunista que voluntariamente fue a la guerra y que acabó preso en el penal de Santoña sentenciado a muerte, aunque salió de todo aquel calvario y acabó de armador en La Naval; y ella, una sardinera de toda la vida que contó con la ayuda de su madre para criar a sus cinco retoños. Se dejaban la piel, noche y día, para llevar el pan a los pequeños, pero las penurias de la época hicieron que en la casa de los Bartolomé faltara en muchas ocasiones un bocado que llevarse a la boca. En la guerra, además, les separaron. «Nos evacuaron en un barco que iba a Inglaterra, pero el almirante Cervera lo paró a mitad de caminos y nos llevó a Pasajes. Allí, yo como era pequeño, me quedé en San Sebastián con mi abuela y estos fueron a Segura. Fue muy poco tiempo, unos tres años», rememora Fernando.

Quizás, la adversidad que les tocó vivir de niños es la causa de que hoy se agarren con fuerza a la vida y al cariño y el amor que sienten los unos por los otros, ya sea tomando un botellín de cerveza en el txoko en el que habitualmente se reúnen en el centro del pueblo, paseando por el parque o en el cariño del hogar. «Cada vez que nos juntamos comentamos muchas cosas, muchos recuerdos y muchos pasajes de la vida que hemos pasado juntos, pero sobre todo el hambre. Nos marcó mucho. De estar en casa y no tener nada», asegura el más joven. «¡Pues yo no me acuerdo de eso!», le espeta Rufino en una agradable y, sobre todo, divertida conversación mantenida con este diario, pues son de los que no pierden la sonrisa. «Claro... ¡estabas en Francia!», le responde Fernando.

Las historias de los cuatro hermanos son muy diversas. Todos formaron familia y hoy disfrutan con los nietos -a los que adoran-, pero antes de labrarse un camino, digno en los cuatro casos, hubo que trabajar duro, desde críos. El mayor de los Bartolomé tuvo que emigrar a Francia en plena Guerra Civil y más tarde se pasó 55 años en Colombia trabajando en un astillero. «Me contrataron los americanos y estuve de jefe. Nos llevaron contratados como caldereros, pero cuando llegamos allí nos pusieron de encargados. A finales de los 40 volví a Santurtzi y trabajé en la central nuclear de Lemoiz, pero me llamaron de Colombia para el mismo puesto y volví», relata.

Lino ha trabajado toda la vida en La Naval de calderero, desde el 44 hasta su jubilación. «Estuve más de 40 años y trabajábamos más de 12 horas, domingos, fiestas... Era uno de los trabajos de los que ahora no hay», comenta. El tercero de la saga fue criadillo en Burgos, representante de pinturas, trabajó en Altos Hornos... Así hasta que abrió una frutería en la calle Pagazaurtundua y la regentó con Purificación, su difunta esposa, durante 23 años. «En ese tiempo trabajaba por partida doble. Por la mañana iba a Mercabilbao a comprar la fruta y luego me dedicaba a las pinturas», cuenta el hombre.

Fernando, por su parte, empezó a trabajar con 6 años. «Ganaba dinero llevando maletas. Sobre el 42 ó 43 había miles de judíos que se marchaban a Sudamérica y con un carro que compré les llevaba las maletas de la estación al puerto franco, que estaba a 2 kilómetros». También fue chatarrero y trabajó en un caserío. Tuvo la oportunidad, de más mayor, de adquirir un cierto nivel de estudios y llegó a quedar segundo en unas oposiciones de Telefónica, pero no le convencía -«siempre he sido muy inquieto», confiesa- y empezó a trabajar en una carpintería en Las Arenas. Acertó de pleno. «Me enamoré de la albañilería y he sido constructor durante el resto de la vida. Nunca me arrepentí de haber rechazado el puesto de Telefónica», relata.

Siempre unidos

Pese a que el hermano mayor ha vivido al otro lado del charco, la comunicación entre los cuatro se ha mantenido. No ha importando la distancia, los quehaceres diarios o las familias de cada uno. Siempre han estado unidos. «Enfados gordos nunca hemos tenido. Sólo discusiones tontas. Nunca nos hemos dejado de hablar», se enorgullece. Pasan mucho tiempo juntos. «El mayor tiene que ir de vez en cuando al Consulado de Colombia y yo le acompaño siempre. Así pasamos un rato juntos. Y no vamos los cuatro, ya que si no somos demasiados. ¡Si no ahí íbamos todos!», indica Nemesio.

Los achaques de la edad los llevan bien. La fuerza y las ganas de vivir ganan la batalla al deterioro físico y «alguna falta de memoria». Lino echa de menos marchar más a menudo a la vivienda que tiene en Santo Domingo de la Calzada y que ha disfrutado durante muchos años. «Ahora no podemos ir porque la mujer no anda bien. Allí la tenemos cerrada», lamenta con gesto de resignación. Las esposas de Rufino, Lino y Fernando también viven. A Nemesio, en cambio, la vida le dio un vuelco cuando perdió a su mujer, pero ahora el cariño de sus dos hijos le mantiene vivo. «Tengo una hija soltera de 49 años que y me viene al pelo. Vive conmigo». También, cómo no, tiene a sus hermanos. Se tienen los unos a los otros.

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