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RUTH QUEVEDO
Miércoles, 4 de mayo 2016, 10:40
«No se lo deseamos a nadie». La vida después de un desahucio «es muy dura». Así arranca el relato que Verónica Alcalde y José Ignacio Bilbao han decidido compartir con EL CORREO para dar a conocer su situación. Ellos son un matrimonio vizcaíno sin recursos que tras peregrinar por diferentes municipios de la Margen Izquierda y la Zona Minera ha convertido una vieja fábrica abandonada en su hogar. La pareja, con un bebé al amparo de la Diputación desde su nacimiento hace dos años, sobrevive desde hace diez meses en un pabellón industrial abandonado de Trapagaran. Juntos han transformado un recinto previamente expoliado por los amigos de lo ajeno en su humilde morada.
Sin una puerta que los proteja, la entrada se abre paso a través de un pasillo repleto de vidrios rotos. Una jungla de cristal que lleva a un espacio diáfano y limpio que contrasta con la suciedad acumulada en el exterior. Al fondo, se ubica la cama de esta familia. A su lado, el baño hace las veces de trastero, ya que no tienen agua corriente. Tampoco luz. Desde el sábado, eso sí, cuentan con una improvisada cocina compuesta por una bombona de butano y una pequeña placa que calienta un puchero de lentejas. A escasos metros, una mesa y dos sillas conforman el comedor, situado a la izquierda de una despensa repleta de 'tuppers' vacíos. El espacio, además, cuenta con una radio que les mantiene «en contacto con el mundo».
Un amigo que les visita habitualmente les aconsejó publicar su día a día en las redes sociales. «Le estamos muy agradecidos», explican. De hecho, sus vivencias han generado una ola de solidaridad «que no esperábamos». «Hemos recibido mucho, mucho apoyo de gente que no conocíamos», aseguran. «Hay empresas que nos ayudan con lo que pueden y bares que nos han dado comida, aunque otros prefieren tirar los pintxos», añaden.
Las muestras de solidaridad con la pareja se suceden. Ainhoa, una joven bilbaína, les donó unos muebles. «Les he llevado muchas cosas desde que me enteré de su situación. Somos uña y carne y eso que nos vimos por primera vez hace días. No puedo permitir que la gente viva así», asegura. Por su parte, Itziar, de Barakaldo, les acercó a la nave una bolsa con ropa «para que la aprovechen».
Por el contario, el matrimonio lamenta que «la familia y las instituciones nos han cerrado todas las puertas». El problema radica en que, al carecer de vivienda habitual, «no estamos empadronados en ninguna parte». Por ello, los servicios sociales de Trapagaran, «nos dijeron hace meses que no nos podían ayudar, dormíamos en el parque junto a la iglesia, pero los municipales nos echaban porque no querían indigentes allí», relatan. Lo mismo ocurrió en Portugalete. «Dimos una patada a la puerta de una casa desocupada, pero vinieron varias patrullas y no nos dejaron entrar. El Ayuntamiento nos pagó una noche en una pensión, pero nada más», recuerda la mujer, natural de Bilbao.
Antes de «vagabundear» de un lado para otro, la pareja residió varios años en Ortuella, el pueblo natal de José. Aquí «vivíamos en un piso de alquiler hasta que mi nieto, mi hija y su pareja se quedaron una temporada con nosotros. Estábamos todos en el paro y sólo cobrábamos mil euros de la RGI renta de garantía de ingresos, así que tuve que elegir entre comprar comida o pagar el piso», explica Verónica. Ese fue el principio del fin. El alzamiento les dejó sin un techo, pero también sin un lugar donde empadronarse que les garantizase unos ingresos mínimos a partir de entonces. En esta localidad, el área de Bienestar Social «nos dio varias ayudas puntuales hasta que los servicios sociales nos dijeron que ya no teníamos derecho a nada», recuerdan.
Recabar información
«Mi marido es camionero y está loco por trabajar, pero con 49 años, ¿a dónde va? Pedimos un techo para vivir porque todos tenemos derecho», evidencia con amargura la mujer. Por su parte, el alcalde de Trapagaran, Xabier Cuéllar, se ha comprometido a revisar el expediente de esta familia con los servicios sociales municipales y poner el caso en conocimiento de Cáritas. «Es verdad que hay que cubrir las necesidades mínimas de las personas, ya sea desde una institución u otra», razonó el primer edil. El departamento foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad también manifestó su intención de «recabar más información para ver cómo podemos colaborar, no se trata de tirarnos la pelota unos a otros», destacaron. Mientras tanto, Verónica y José Ignacio siguen durmiendo al resguardo de una fábrica abandonada que han convertido en su hogar.
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