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josu olarte
Miércoles, 31 de mayo 2017, 08:00
Con todo el aparato y la magnitud que acompaña al rock de estadio, San Mamés se bautizó como catedral del rock con una celebración a la mayor gloria trasversal y masiva de unos Guns N' Roses entregados a olvidar diferencias para rentabilizar y revivir viejas glorias y su mito. Con un Axl Rose maqueado como una puerta disfrazado de sí mismo a lo 'Tu cara me suena', la banda triunfó en su empeño apoyada por una audiencia transversal que lució masivamente camisetas del grupo y mostró una complicidad ajena al paso de tiempo.
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Da igual que nada sea igual. Ni sus fans más acérrimos esperaban que hubiera atisbos de la explosiva química de hace 25 años entre unos astros que en vivo no interactúan ni como falsaria concesión a la galería. Después de todo las luchas de egos y las reconciliaciones monetarias son consustanciales al rock. Y el público, que como la banda ahora está en otro rollo vital, se dejó llevar disfrutando con cierta apatía de un artificioso show de eficacia calculada.
Tras el entrante que a pleno sol ofrecieron Tyler Bryant & The Shakedown (hard blues heroico) y el tóxico Mark Lanegan (taciturno rock postrgrunge con alma blusera) comparecieron GN'R ante los suyos amplificando sin las demoras de entonces sus pasos previos por Bilbao (2006) y San Sebastián (2010). Casi calcando el repertorio, se advierte cierta inercia funcionarial en el 'Not In This Lifetime Tour'. Una impresión que entre cambios de modelito el enjoyado Axl combate evolucionando con aparente entusiasmo durante un show que, en época de bandas tributarias, pareció por momentos un calculado y artificioso ejercicio de autohomenaje.
Durante algo más de dos horas y media, el trigésimo aniversario de su crucial debut superventas 'Appetite For Destruction' centró su espectáculo retroactivo secuenciado con rescates del doble 'Use Your Illusion', testimoniales concesiones al denostado 'Chinese Democracy' y revisiones de algunos clásicos del rock (Misfits, Wings, Pink Floyd, Dylan, Who) en la vena de su album 'The Spaghetti Incident' (1993).
Irritante falsete gatuno
Con protagonismo para los principales actores de la 'reunión' y rol mercenario para el resto del septeto, el enjoyado como una señora Axl evidenció en sus carnes y su garganta sus años de vida disoluta, cambiando la voz rugosa por ese irritante falsete gatuno del que ahora abusa hasta la náusea. Distrayendo la atención entre sus escapadas para tomar aliento y cambiar de chupas, camisetas y sombreros, Slash mantenía su reputación con duetos guitarreros con Richard Fortus y continuos solos con más virtuosismo que feeling. Un exhibicionismo con estampa clásica que llegó a conectar el heavy ochentero con el flamenco en 'Double Talkin' Jive' y casi devino rutinario en los temas de 'Chinese' con los que ni él ni el bajista Duff McKagan tuvieron nada ver.
Con sonido impresentable, GN'R arrancaron enlazando las dos caras de single de su obra cumbre ('Its so easy' y la heroinómana 'Mr Brownstone'). De lo mal que se oía, sobre todo en las alturas, 'Chinese Democracy' podía haberla cantado en chino sin que se notara. Las primeras explosiones sacaron al personal de la atonía con 'Welcome to the Jungle' pero la apatía y el aburrimiento se impuso de nuevo con el tocho sonoro de 'Better' y un 'Estranged' que el teclado de Dizzy Reed situó a un paso del AOR.
Con luces cegadoras y visuales de impacto, la épica 'queenesca' de su revisión del 'Live And Let Die' marcó un primer punto álgido antes de que el bajo con logo de Prince de Duff McKagan introdujera nuevos duelos guitarreros entre Slash y Fortus que ligaron 'Rocket Queen' con el sleaze trotón de 'You Could Be Mine' que el personal coreó entre explosiones y llamaradas. El sleaze angelino cedió ante el punk zombi de los Misfits de 'Attitude', pero Axl volvió por sus fueros gatunos rozando el límite de sus cuerdas vocales en 'This I Love'. Sin tirar cohetes el tocho mejoró en la celebrada 'Civil War' que Slash impulsó a lo Hendrix con guitarra de doble mástil
Sonido casi presentable
Una versión del 'Black Hole Sun' (Soundgarden) como tributo al malogrado Chris Cornell y un 'Coma' con larga coda guitarrera y presentación de los músicos dio paso a la segunda parte del set que el vitoreado Slash introdujo con una revisión guitarrera del 'Speak Softly Love' de 'El Padrino' empalmado con un coreado 'Sweet Child O'Mine' que supuso el cénit popular de la velada que Slash y Fortus sostuvieron recreando en lo alto del escenario 'Wish You Were Here', mientras Axl se ponía al piano para administrar almíbar baladístico con 'November Rain' en un crescendo final que, con sonido casi presentable, culminó con el coreado acento reggae de 'Knockin' On Heaven's Door' y el trotón y cañonero postre de 'Nightrain'.
Baladístico arrancó el postre final con 'Sorry' y un 'Dont Cry' con guiño instrumental al desaparecido Greg Allman. Una abigarrada revisión de The Who ('The Seeker') dio paso a la comedida explosión final de confeti, llamaradas y fuegos artificiales («de todo a cien» llegó a decir un fan) que acompañó a un 'Paradise City' como eufórico epílogo de un espectáculo que respondió a lo que podía esperarse de una banda superada por el tiempo. Una aparatosa e interesada reunión de pistoleros profesionales que conocen bien su oficio y que salvan los muebles gracias a la indulgencia mitómana que el rockismo clasicista siempre propicia.
Incluso en su actual tesitura en esa liga, ninguna banda de las tres últimas décadas puede igualar el tirón y la opulencia hardrockera y filoheavy de GN'R. Sobrada munición para prologar en esta y otra vida una lucrativa gira con 130 sucesos en cuatro continentes que se prolongará hasta finales de noviembre. Con el mismo guion y trucos, sus siguientes representaciones peninsulares serán el viernes en Lisboa y el domingo en la última gran ceremonia rockera del Manzanares.
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