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Isabel Urrutia
Viernes, 5 de mayo 2017, 02:25
Las obras maestras pueden tener 1.000 interpretaciones. Hay que ser flexible», apunta el director de orquesta Karel Valter (Praga, 1980). Compañero de estudios de Barbora Horáková Joy en el conservatorio de Praga, se siente muy cómodo con el montaje que se estrena mañana a nivel mundial en el Teatro Arriaga.
Deja claro que han respetado «escrupulosamente» la partitura de Orfeo, salvo algunos pequeños añadidos y retoques «para hacer más compacto el elenco». A su juicio, no parecía de recibo tener en escena a «más de catorce cantantes». Es un músico que aprueba la simplificación, siempre que contribuya a ganarse al público. «La sensibilidad ha cambiado y lo último que buscamos es aburrir a la gente. Lógico, ¿no?». La psicología del protagonista de la ópera le intriga y le fascina.
Orfeo era un rapsoda de Tracia, hijo del rey Eagro (o de Apolo) y de la musa Calíope (o Clío). Tenía el don de la música y nada se le resistía cuando tañía la lira. Lo único que le derrota es la muerte ajena. Consigue bajar a los infiernos para rescatar a Eurídice pero es incapaz de cumplir con la orden de no mirar a su amada antes de salir del inframundo. La pierde para siempre. Entonces renuncia a las mujeres para, según una corriente de los expertos en mitología, volverse homosexual con especial preferencia por el dios Helio. Su final es trágico: lo despedazan las ménades.
En la ópera de Monteverdi, por el contrario, asciende al Olimpo de la mano de Apolo. Menos traumático, que ya ha sufrido bastante.
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