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Isabel Ibáñez
Jueves, 16 de abril 2015, 00:12
Es de esos volúmenes que atrapan desde lejos al lector que husmea entre las estanterías repletas de una tienda de cómics. Sin duda porque la epopeya poética El Paraíso Perdido de John Milton parece en principio algo bastante ajeno al mundo del tebeo; es difícil imaginar toparse con viñetas que ilustren esa vieja historia aprendida hace una eternidad sobre la Creación, la caída de Luzbel-Lucifer a los infiernos, la lucha entre el Bien y el Mal, la expulsión del Paraíso de Adán y Eva... Pero es sobre todo su portada en sombras, un inquietante busto de un hombre con sombrero, lanza en mano, lo que termina de cautivar y empuja a ojear el libro. Sólo para comprobar que aquella vieja película medio olvidada cobra un nuevo sentido con las bellas y oscuras ilustraciones que Pablo Auladell (Alicante, 1972) ha creado en su atrevimiento de adaptar esta inmensa obra. Porque John Milton (Londres, 1608-1674) es una figura de las letras equiparable a Shakespeare, y su poema El Paraíso Perdido -más de 10.000 versos sin rima, entre 150 y 400 páginas dependiendo de las ediciones-, una obra cumbre de la literatura británica.
¿Conocía el poema de Milton antes del encargo?
Lo conocía y había leído algunos pasajes, aunque no el poema en su totalidad. Es un clásico que, en una primera lectura, puede parecer que ha envejecido mal y que tiene algunos escollos difíciles de salvar para un lector moderno, como la grandilocuencia, los extensos parlamentos de los personajes, el papel de inferioridad y sumisión de la mujer en su relación con el varón, la pompa y artificio en la descripción de la Gloria de Dios... Sin embargo, después de un segundo acercamiento y, desde luego, después de haberlo trabajado en profundidad, se revela como un texto de una actualidad sorprendente y, como todos los clásicos, plantea abundantes cuestiones sobre las que debatir y reflexionar. Pero lo más llamativo es que todo lo apuntado antes comienza a transfigurarse y lo que era plúmbeo y pedante aparece ahora como un verbo de musicalidad solemne y exquisita, la descripción de los Cielos incita a especular con un posible motivo satírico oculto... Y así todo.
Una de las cosas que más llaman la atención es el sombrero de Satán. Auladell lo usa como recurso gráfico para que el personaje funcione en el lenguaje del cómic. "Se trataba del personaje principal de la historia, su personalidad debía soportar el peso del libro. El sombrerito me ayudaba a perfilar eficazmente su soberbia y su dandismo, funcionaba como atributo identificador y caracterizador muy legible en las viñetas. Si lo hubiera dibujado de un modo más fiel a la descripción de Milton, a la manera en que lo hace Blake, por ejemplo, esa complicación de plumajes, coronas y armas enjoyadas hubiera sido imposible de gestionar visualmente". Además, el sombrero le permitió engarzar secuencias y dar coherencia narrativa entre capítulos. Pero Auladell incorporó otros detalles curiosos: aportó aspecto de pájaro a los habitantes del Cielo y dibujó a Dios como un Gran Búho Real, "con los ojos del mismo color que los de Adán". Dio al yelmo de Cristo forma de cabeza de cordero: "Cristo, en el poema, es más un Hércules que un Jesús de Nazaret, y había que darle un aspecto de dios guerrero. La solución me vino por aquello del Agnus Dei, cuando acometí la escena de la coronación".
La introducción incluye una explicación de Auladell sobre cómo se gestó "el tebeo", como él lo llama, cinco años de trabajo desde su inicio hasta su publicación, y una valoración del resultado final, que, llamativamente, él mismo califica de "irregular". Extraño para el lector, porque lo que éste se encuentra es una propuesta sorprendente, oscura, original y hermosa que lo incrusta directamente en la terrorífica batalla entre ángeles y demonios, lo postra temeroso ante Dios y ante Satán y lo sitúa como un voyeur en el Paraíso. El lector se sumerge entre sus páginas casi como espectador de una película de estreno, capaz de ver con nuevos ojos un argumento que a todos nos suena bastante pero que quizá teníamos olvidado.
El encargo le provocaría cierto respeto...
El encargo me provocó estupor. Todo partió de una pequeña editorial de Barcelona dedicada a la poesía que, en un momento dado, decide acometer, ni más ni menos, que una colección de novela gráfica con adaptaciones de poemas clásicos. El plan inicial de la editorial era publicarlo por entregas, de modo que lo fui trabajando en intensas temporadas de dos o tres meses, hasta que terminaba y entregaba un capítulo, alternadas con algunas semanas en que me dedicaba a otros encargos y proyectos que llevaba entre manos.
¿Le dieron adaptado el poema o tuvo que hacerlo usted?
Soy el autor de la adaptación en su totalidad. No se trata del poema de Milton con ilustraciones. Es mi lectura del poema. La primera tarea fue realizar un guión adaptado. Después llegó la búsqueda de la música del texto, de su tempo, lo cual me da muchas pistas para decidir el tipo de grafismo más adecuado. Esto implica realizar sucesivas lecturas donde me voy apropiando poco a poco de la voz de la obra hasta que aprendo a hablar igual. Como además se trataba de realizar una adaptación, había que decidir dos o tres ideas troncales en que basarla: decidí entregar también el peso del libro a Satán (como, quizá involuntariamente, hace Milton); opté por que el tebeo llevara muy poco texto, el imprescindible para evocar el tono del poema y seguir la peripecia, más una serie de escenas dialogadas que dieran dinamismo y vivacidad al conjunto; que la carga poética recayera, sobre todo, en la imagen; y, como tono general de la historia, escogí interpretar de algún modo esa sospecha, de la que hablaba antes, que invade al lector cuando lee la obra: ¿No será ésta una colosal venganza poética de Milton hacia ese tirano de los Cielos, ese Ególatra Cósmico, posible metáfora de la monarquía absoluta, que le ha dejado ciego y derrotado al final de sus días?
Hace usted una curiosa introducción reconociendo lo costoso de esta labor a través de los años, incluso calificando el resultado de irregular por culpa de su propia evolución a lo largo del tiempo, lo que, dice, provocó cambios en la fisonomía de los personajes.
Ya sólo el hecho de que el encargo, en su primera formulación, fuera en blanco y negro más una tinta de color y que en su continuación se decidiera que iría finalmente en color, supuso tener que redibujar algunas páginas del primer capítulo y retocar todos los archivos del bitono para que no fuera tan plano en comparación con las uevas ilustraciones.
Auladell reconoce que es ahora cuando está "preparado para empezar a dibujar El Paraíso Perdido". Como si le hubiera afectado profundamente culminar la obra: "Sin grandes dramas, se puede decir que siempre, en la realización de toda obra, hay un momento crítico de pérdida del sentido de lo que estás haciendo. Es fundamental no caer demasiado hondo en esos momentos de vacío, causados, entre otras cosas, por la excesiva prolongación de una obra, que amplía las posibilidades de que un día de trabajo cualquiera te sorprenda la pregunta terrible: ¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué? Es el clásico "si el sol dudara un instante, se apagaría". De hecho, en su Facebook colgó la frase: "Esto sí que es tristeza post coitum y lo demás son tonterías", en referencia a la conclusión del libro. ¿Acaso se ha quedado Auladell enganchado a la historia? ¿Quizá siente una especie de Síndrome de Estocolmo? "No creo. Hace tiempo que estoy trabajando en otras cosas y ya la miro como si la hubiera hecho otra persona. De hecho, la ha hecho otra persona. El que la hizo ya no soy yo. ¿Qué cambiaría si lo empezara ahora? Seguramente trabajaría más los personajes de Adán y Eva. El proyecto se retomó, con muchas prisas, en el segundo capítulo, donde aparecen ellos por primera vez, y tuve que tomar decisiones muy precipitadamente. El resultado es que me parecen lo más flojo de este trabajo. De modo que sí, sin duda los abordaría de nuevo".
El ilustrador e historietista Pablo Auladell se licenció en Filología Inglesa. Ha sido distinguido con el premio del Ministerio de Cultura a las mejores ilustraciones de libros infantiles y juveniles en 2005 por Peiter, Peter y Peer y otros cuentos de Andersen y el galardón al autor revelación en el Saló del Cómic de Barcelona de 2006 por La Torre Blanca. También ha publicado La feria abandonada (2013), La leyenda del Santo Bebedor (2014), La puerta de los pájaros (2014) y El Paraíso Perdido (Sexto Piso, 2015).
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