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ANDREU JEREZ
Domingo, 13 de diciembre 2015, 02:29
«La vista desde el Puente Glienicke compite por ser uno de los puntos más bellos del mundo». Esta frase se le atribuye al humanista y explorador alemán Alexander von Humboldt. El puente une Berlín y Potsdam, separadas por el río Havel en una zona llena de lagos y canales. En sus más de 300 años de historia, el Puente Glienicke consiguió ganar la atención mundial sólo durante la Guerra Fría. Dividió la parte occidental de Berlín de Potsdam, que quedó dentro del territorio de la República Democrática Alemana (RDA). En al menos tres ocasiones el puente se convirtió en el escenario de intercambio de espías presos entre la República Federal Alemana y la RDA. Por ello, la prensa lo rebautizó como el «puente de los espías». Se trata de uno de los lugares imprescindibles para reconstruir el ambiente de tensión política y el latente enfrentamiento militar que se vivió en Alemania entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro. Y ahora da título a la última gran película de Tom Hanks, en los cines desde el viernes pasado.
El primer intercambio de prisioneros está registrado el 10 de febrero de 1962, cuando los americanos entregaron al espía soviético Coronel Rudolf Abel y ellos liberaron al piloto americano Francis Gary Powers. La 'actividad' en el puente continuó hasta 1986, cuando se produjo el último intercambio. El 10 de noviembre de 1989, un día después de la caída del Muro de Berlín, se reabrió el Puente Glienicke a los peatones.
A media hora en tren de la capital
Glienicke es uno de los atractivos de Potsdam, que no tiene muy buena prensa en Berlín. Para no pocos berlineses, sus habitantes son algo engreídos y demasiado orgullosos de su ciudad. Las malas lenguas dicen que ello se debe a la envidia que despiertan los encantos de Potsdam, situada a apenas 40 kilómetros al suroeste de Berlín (se llega en poco más de media hora en tren). Y es que la capital del Estado federado de Brandeburgo ofrece castillos, grandes complejos monumentales y agradables jardines, todo ello con un ambiente cuidado, tranquilo y limpio.
En 2012, cuando se cumplió el 300 aniversario del nacimiento de Federico II el Grande, rey de Prusia y figura clave en la historia de Alemania, Potsdam fue una de las ciudades que más actos conmemorativos y exposiciones organizó. «Federico el Grande nació en Berlín, pero allí nunca se sintió en casa», declaró entonces a la prensa la guía turística Christine Blümer. Para el rey prusiano, Potsdam era realmente la capital de sus dominios. No en vano hizo construir a partir de 1745, y en tan solo dos años, el palacio de verano de Sanssouci, un conjunto monumental completado por templetes y pabellones. Considerado el «Versalles prusiano», Sanssouci es actualmente Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y, sin duda, la principal atracción turística de la ciudad.
El rey Federico se retiraba a su residencia de Potsdam para alejarse de las intrigas y la pompa que rodeaban la vida real berlinesa. De hecho, el deseo del monarca siempre fue ser enterrado cerca del palacio. Desde 1991, tras el hundimiento del Estado socialista alemán y la reunificación del país, los restos de Federico el Grande descansan junto al que fuera su palacio estival.
La gran industria de la ciudad es el turismo: en 2014, sus hoteles acogieron a casi medio millón de huéspedes, una cifra que no deja de crecer desde hace más de una década. En su hoja de ruta suele estar el palacio donde se se celebró la Conferencia de Potsdam, o los estudios cinematográficos Babelsberg, donde se rodaron 'Metropolis', 'El ángel azul' o 'El pianista'. Ahora tiene un nuevo título que añadir a los créditos.
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