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¿Qué tienen en común un niño de la guerra y una cabaretera?

¿Qué tienen en común un niño de la guerra y una cabaretera?

Cinco protagonistas de la Semana Santa de la Villa repasan sus motivaciones

Domingo, 25 de marzo 2018, 00:45

La Semana Santa de Bilbao. Cuatro mil cofrades de distinta condición social e ideologías salen a la calle para celebrar un misterio que lleva 2.000 años en cartel. Para ellos, la Pasión es un hábito. Cinco protagonistas repasan sus motivaciones.

  1. LUIS ARBULU - COFRADÍA NUESTRA SEÑORA DE BEGOÑA

    «A mí esto me da otro año de vida, no veía el momento de empezar»

Cuesta imaginar algo que le haga temblar el pulso a Luis Arbulu, empresario exitoso de los años 70 que fundó Nervacero y algunos de los desguaces más grandes del país. Se le humedecen los ojos cuando mira a la Virgen de la Caridad, emblema de la cofradía Nuestra Señora de Begoña, a la que este elorriotarra pertenece desde 2003 y que ha sostenido en repetidas ocasiones al estilo de aquellos mecenas del Renacimiento que levantaron catedrales y sufragaron arte a espuertas. «A mí la Semana Santa me da otro año de vida, no veía el momento de que empezara».

La de Luis es una de esas peripecias vitales que transportan a las páginas de un libro. Era uno de los 4.000 niños que escaparon de la guerra en 1937 a bordo del ‘Habana’ rumbo a Inglaterra. «Años más tarde me enteré de que el barco estaba fuera de circulación y pujé por él para desguazarlo en Santurtzi». Definitivamente, el destino tiene mucho de bufonada.

Hermano Mayor Honorario de Begoña, «aún hoy supervisa el Consejo de la cofradía con ojo crítico», dicen sus compañeros. «Siempre he sido un hombre religioso y me ha gustado acompañar los pasos. Ahora sólo lo hago en las procesiones cortitas, como la de La Caridad -corona de latón, andas de orfebrería- que es sin cuestas. La ciática, ya me entiende». Su hija y tres nietos en Begoña, además de otro en Escolapios dan fe de su contribución a que no falte savia joven en las procesiones. «¿Un recuerdo? El día que dieron orden de parar el Santo Cristo de la Humildad a mi altura y me bailaron una Bendición. Me iré con esa satisfacción».

  1. IDOIA SÁINZ Y SU HIJA LUCÍA - COFRADÍA MADRE DE DIOS DE LAS ESCUELAS PÍAS

Idoia Sáinz es una cofrade de libro, de las que conocieron a su marido en el grupo de liturgia juvenil y se enganchó a una tradición que nunca había entrado en sus planes y sin la que ahora, confiesa, no puede vivir. «El ambiente es buenísimo y te permite descubrir que debajo del capirote a todos nos mueve algo, aunque sea algo distinto, y que hay familias enteras». En su caso, un marido y cinco hijos de entre 15 y 4 años que engrosan las filas de la cofradía Madre de Dios de las Escuelas Pías. «Esto es como ser del Athletic, te lo meten en vena cuando naces. Los chavales no tenían salida, los pobres», bromea. A su hija Lucía no parece importarle: «Tengo libertad para dejarlo cuando quiera, pero es que me gusta».

No cabe duda de que la Semana Santa tiene aquí una sobriedad que la distingue de las andaluzas, «pero yo no echo nada en falta -dice Idoia-. La gente es distinta en cada sitio y los vascos somos más de vivir los sentimientos para adentro». Esta madre se identifica sobre todo con el recogimiento, «ese acompañar sin esperar nada a cambio. Que nadie te reconozca y tú lo veas todo: quiénes lloran, quiénes callan, el que se santigua. Igual que hace 2.000 años, es muy fuerte».

Sus momentos preferidos son, cómo no, el Viernes Santo y la madrugada del Domingo de Resurrección, «cuando organizamos una cena todos los compañeros. Estamos agotados, pero sarna con gusto no pica», apostilla. Salen en todas las procesiones, salvo la del Silencio que es a las cinco de la madrugada y le sigue el Vía Crucis, «mucho tute para los más pequeños».

  1. GARBIÑE SUSTACHA - COFRADÍA APÓSTOL SANTIAGO

    «Cuando no dejaban procesionar a las chicas, yo lo hacía por el pasillo»

Garbiñe Sustacha es cofrade del Apóstol Santiago desde hace 31 años, una vocación que le llevaba a «ensayar con la escoba por el pasillo de casa cuando no dejaban procesionar a las chicas». Hábito gris, faja negra, capirote azul y, en su caso, el fliscorno, una especie de trompeta a la que saca chispas después de años tocando el timbal, «porque la espalda ya no me lo permite». La Semana Santa llegó primero a su vida y luego la música, «el instrumento para vivirla más de cerca».

Garbiñe, «de misa los domingos y fiestas de guardar», forma parte de esa casta con identidad propia en las cofradías, la de las bandas de música, que lleva su compromiso hasta el extremo de ensayar desde seis meses antes, «las últimas semanas a la intemperie, porque los instrumentos no suenan igual al aire libre que en un sitio cerrado». Así que en ese afán porque ninguna nota desentone, peregrina de las Escuelas de Basurto a Bolueta, o a Lujua como este año «porque jarrea». Un pronóstico, el de la lluvia, que trae a todos por el camino de la amargura. Y más este año que celebran el 100 aniversario de la parroquia de San José. «Nos jugamos mucho», sonríe.

No cambia las procesiones de Bilbao por ninguna otra -«elegantes, respetuosas, muy de aquí»- ni se imagina un año sin salir con La Esperanza. Su instante mágico es el alzamiento de la Virgen a hombros de 45 cargadores, aunque jamás olvidará el día que su marido y su hijo salieron por primera vez cogidos de la mano. Lloró. «¿Que qué siento cuando les veo así? Felicidad. Para mí es uno de los momentos del año».

AL DETALLE

  • 14 procesiones vertebran en Bilbao la mayor historia jamás contada. Están a cargo de nueve cofradías, integradas por 4.200 personas de todas las edades. Un espectáculo barroco y renacentista que tiene sus principales escenarios en el Casco Viejo, Begoña, Abando e Indautxu.

  • 35 tallas engalanan la Semana Santa bilbaína, un espectáculo que atrae cada año a miles de personas y que repasa los episodios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Santísimo Cristo de la Salud es la última incorporación y el Cristo de la Villa (1620), la más antigua.

  1. NICOLÁS ZUBIGARAY - COFRADÍA DE LA VERA CRUZ

    «Prometí a mi padre al morir que cargaría con el Cristo de la Villa»

Nadie le puede negar a Nicolás Zubigaray que es un joven de palabra. Prometió a su padre «antes de morir que cargaría el paso del Cristo de la Villa», el más antiguo de Bilbao -como lo es la cofradía Vera Cruz a la que pertenece-, y a sus 19 años atesora ya varias ediciones echándose sobre los hombros una tarea que se cobra su buena ración de agujetas (desde el año pasado, tanto este paso como La Soledad prescinden el Miércoles Santo de las ruedas y son llevadas a pulso por 14 cargadores). «Es una manera de ponerme a prueba», resume muy serio.

Nicolás es adoptado. Nació en México D.F. y fue traído a Bilbao con apenas unos meses. Su padre era del Apóstol Santiago; su abuelo materno, fundador de La Merced. Para él, «la Iglesia es un consuelo y un motivo de ánimo», y faltar a su cita con la Semana Santa es, sencillamente, inconcebible. ¿Qué tiene la Vera Cruz? «La solera, una banda excepcional y que es conocida en todas partes». Su fijación con la cofradía se remonta a cuando tenía 6 años. «Lo que más me atraía eran las cornetas», recuerda. Hasta hoy.

Embutido en su hábito de terciopelo negro, nada parece indicar que estemos ante un estudiante de Imagen y Sonido, enamorado de la fotografía. Confiesa que las previsiones meteorológicas le tienen preocupado. «Me da mucha angustia, puedo pasar toda la noche sin pegar ojo. Es que es mucho trabajo», explica mientras mira los pasos de la Vera Cruz, dispuestos en perfecto orden de revista. «Varales, velas, andas, flores... todo tiene que estar perfecto. Al fin y al cabo -dice con orgullo-, somos de la Vera».

  1. IGNA DE GOMAR PÉREZ

    «Ni hábito ni mantilla. Para cantar saetas hace falta sentimiento, y a mí me sobra»

Srtista transexual, nacida en Cádiz pero residente en Bilbao desde 1978, para desde su balcón el pulso de La Palanca al paso del Nazareno. «Dios es más de corazón que de sexo». Igna de Gomar Pérez no tiene reparos en decir que la Semana de Santa de Bilbao le parece más «sosa» que la de su tierra. Claro que ella es de Vejer de la Frontera (Cádiz), donde el carnaval se vive al ritmo de las chirigotas y las procesiones al de las saetas, nada que ver con la contención que caracteriza estos pagos. Transexual por bandera, cambió su pueblo natal por Bilbao en 1978, cuando vino a trabajar a una sala de fiestas, el Variedades, se enamoró y echó raíces. Estrella del mítico Bataclán hasta que el edificio ardió por los cuatro costados en 1987, es testigo privilegiado del auge y caída de la calle Cortes, primero meca de los artistas y luego lumpen por obra y gracia de la droga, un tema en el que ella no desea entrar. «Tenías que ver cómo era esto. Cuando a Bilbao se le conocía por el color gris y el humo de las fábricas, Las Cortes era una isla de luz, llena de espectáculos y ambiente; los taxis haciendo cola del comienzo al final de la calle». El no va más.

«Cuando Bilbao era humo y fábricas, esto parecía una isla de luz; los taxis haciendo cola en la calle»

Siempre le gustó cantar saetas, «desde niña», y cuando llegó a Bilbao y conoció a las reinas del cabaret de finales de los 70 –Fina del Río, Manolita Quintero, Pepita Sevilla– que abrieron camino, algo se le removió dentro y decidió dar un paso al frente, «aunque al principio me ponía muy nerviosa y me faltaba el aire». Pero el destino estaba echado. Igna, que cantaba en directo, hablaba con el público y era cómica, no se cortaba ni con sierra, rememora mientras salen en la conversación nombres como Sara Montiel o Mari Fe de Triana. «Chiquilla, con esa voz que tú tienes que haces que no te han fichado para grabar un disco», le decía la sevillana cuando le cantó las ‘Cinco Farolas’.

La biografía de Igna daría para una enciclopedia. Artista del Bataclán, gerente del ‘Moulin Rouge’... «Me llamaban la ‘Giralda portátil’ –medía 1,97 metros–. A mí es que la altura me ha matado», suelta con una sonrisa que derrama un poco de tristeza y otro tanto de nostalgia. ¿Lo echa en falta? «Pues mira, no», dice con la certeza de quien sabe que cada cosa tiene su momento. «¿Conoces a la Divina Diva, de ‘La Tramoya’? Pues el año pasado le pasé el baúl entero con toda mi ropa. Es que somos muy amigas». Carretera y manta.

Se encoge de hombros cuando se le recuerda que dan mal tiempo para estos días. La Semana Santa es para ella «sentimiento, corazón y víscera», resume mientras se asoma al balcón enfrentado al de Vicente, otra leyenda del barrio. «No se puede cantar si no tienes algo dentro que sacar». Y susurra «Quisiera ser / quisiera ser golondrina / pa’posarme en el madero / pa’quitarle las espinas». El año pasado, los aplausos desbordaron los límites del barrio». Una paz enorme se dibuja en su cara mientras se asoma al balcón situado enfrente de ‘El Edén’ –otro imprescindible del barrio–, el mismo desde donde cautiva a sus incondicionales. «Porque te aseguro que mucha gente viene a ver al Nazareno, pero otros lo hacen para escuchar las saetas. Uno no se entiende sin las otras», apostilla orgullosa.

«Donde más fe se respira»

Y sí, Igna es muy religiosa. Tiene la casa llena de vírgenes y santos, «aunque no sea mucho de ir a misa. Eso sí, al Nazareno le visito con frecuencia». Cuando se le pregunta qué tiene la procesión de La Palanca contesta sin dudar que es «la más bonita de Bilbao, donde más fe se respira. No me imagino la Semana Santa sin ella. Aquí no sois tanto de saetas, por eso nosotras tenemos que hacernos fuertes». Lo dice sin arrogancia, pero convencida. «Mira, yo soy muy natural. No llevo mantilla, ni me pongo colorete o me pinto los ojos. Para cantar saetas no hace falta maquillaje ni hábito, sino tener sentimiento. Y a mí de eso me sobra».

Además, agradece los buenos momentos que le ha traído la vida y no se arrepiente de nada. «A mí me pusieron vagina con 20 años, ojalá hubiera sido antes, y aquí en Bilbao eso jamás ha sido un problema. Todos me quieren, me respetan. No tengo queja ni de los gitanillos del barrio. ¿Por qué iba a ser de otra forma? A Dios no le importa el sexo, sino el corazón de las personas, que se ayuden unas a otras».

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