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Viñeta de 'Mortadelo y Filemón'.
Cómic: contraseñas privadas

Cómic: contraseñas privadas

Como cada año, el Salón del Cómic de Getxo nos recuerda la importancia del noveno arte

Pablo Martínez Zarracina

Lunes, 24 de noviembre 2014, 01:53

Yo ahora mismo no sé si podría recitar de memoria dos o tres versos de mis poetas favoritos. Como cualquiera, he olvidado casi todo lo que he intentado retener con aplicación en mi cabeza: fechas, nombres, citas, definiciones... Sin embargo, recuerdo de un modo inmediato, sin hacer el menor esfuerzo, algunas contraseñas de las que utilizaba Mortadelo para acceder a las entradas secretas de la T.I.A. Mi favorita: "Esos tipos con bigote tienen cara de hotentote".

Permítanme que les diga otra cosa. Es importante. "Tortilla mexicana". Es otra contraseña. La utilizaba el Sargento Furia para avisar a sus Comandos Aulladores de que había llegado el momento de actuar. Lo hacía al menos en aquel librito de la editorial Vértice dibujado por Jack Kirby. Aquel librito que puede hacer veinticinco o treinta años que no sostengo en mis manos.

Aún así, lo recuerdo bien. Y hacerlo es convocar durante un instante la más pura felicidad. Me sucede lo mismo si pienso en los tebeos de Flash Gordon y Spiderman, en los del gran Anacleto y en los de Sir Tim O' Theo, en los de Mandrake y en los de Superman, pero el Superman de Villachica, no el de Smallville. Mucho cuidado con eso. Malditos americanos. Lo americanizan todo. Incluso el nombre de sus pueblos americanos.

Entre nosotros, desconfíen cuando me escuchen carraspear y citar a Dante, Montaigne y Leopardi como mis influencias primeras. Ni caso, fueron Ibáñez, Vázquez y Stan Lee. Luego llegaron Quino y Jan, Uderzo, Reg Smythe, Will Eisner y algunos otros. Algo más tarde descubrí que en el cuarto de mi hermano mayor estaban las chicas, perdón, las historias de Moebius, Liberatore y Manara. Y ya pasé a otras cosas, generalmente llevando conmigo alguno de los cómics de mi hermano. ¿Lo que vino después? La decadencia.

Suele celebrarse la importancia de los cómics en la infancia como puerta de entrada a la lectura. A la lectura de libros. Y yo pienso que es demasiado enrevesado. Los cómics tienen importancia durante la infancia por sí mismos. Sin más. Y es una importancia decisiva. Al fin y al cabo, amplían y modelan nuestra visión del mundo en el único momento de la vida en el que somos receptivos, ambiciosos, humildes y realmente brillantes.

De los cómics a los libros

No creo exagerar. A mí Asterix me enseñó geografía, claro, pero también una concreta concepción lúdica de la cultura. Como suena. Y Mortadelo me enseñó que la realidad, vista de cerca, es eminentemente cómica y absolutamente absurda. En Mafalda aprendí ironía, sutileza: la importancia acerada del matiz. Y en Andy Capp, por ejemplo, me familiaricé con la incorrección, también con la ternura. Luego ya cumplí doce años. En cuanto a los cómics de Marvel, estoy dispuesto a matizar su importancia. Pero solo si hacemos antes lo mismo con cualquier otra mitología. Anímense: vamos a minusvalorar la capacidad de revelación y consuelo de cualquier otro gran ciclo narrativo protagonizado por carismáticos héroes atormentados y caprichosas deidades pintorescas.

Lo peor de todo es que yo sí pasé de los cómics a los libros. Lo hice de un modo bastante drástico y ahora no veo en ello ninguna clase de progreso, sino más bien un desperdicio: una injustificable cesión de terreno en el frente del disfrute. Me doy cuenta cuando entro en la renovada Joker o visito el Salón del Cómic de Getxo. No conozco casi nada de lo que veo allí y casi todo lo que veo me parece promisorio, cuidadísimo, rebosante de talento. Mi único consuelo es que recuperar el tiempo perdido será una fiesta: el descubrimiento de una invariable sucesión de obras maestras.

Tendría que ponerme a ello. Puedo escuchar al niño de los primeros párrafos y está enfadado: "Idiota, si ahora ni siquiera tendrías que esperar a que te den la paga". Es ese niño el que a veces me envía para el ático cerebral una contraseña de Mortadelo y consigue que me entre la risa mientras leo un artículo de fondo sobre el fin de nuestra civilización. El truco es infalible, puro, luminoso. Habrá quien en su lecho de muerte tenga cuajo para citar a Shakespeare, pero yo creo que tiraré por Ibáñez. Seré fiel así, no ya a mis principios, sino a mi principio. Imagínenselo. "Los tipos que fuman puro... tienen cara de canguro". Y mis pobres y desconsolados deudos pensando que tuvo que llegarme el final para que comenzase de una vez a hablar en serio.

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