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Itsaso Álvarez
Lunes, 11 de agosto 2014, 02:01
Por lo general, las cárceles femeninas son un ámbito ignorado y las reclusas sufren olvido. Pero ellas son y están. Privadas de libertad, en un patio intramuros de día y, cuando se acerca la noche, encerradas en diez metros cuadrados, entre cuatro paredes blancas, una litera, una mesa de escritorio, una silla y un armario de obra. De ocho de la tarde a ocho de la mañana. Por mucho que lean, oigan la radio, escriban o duerman, les queda tiempo para pensar en lo que tienen fuera, sobre todo en sus hijos. Ese desgarro se lleva como una segunda pena. Así transcurre la vida de las mujeres encarceladas en España, país de Europa con mayor tasa de internas el 8%, frente al 5% del resto de la UE. Según los últimos datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, y sin contar las menores de edad que se encuentran en centros específicos, 137 féminas cumplen condena en los penales vascos, el 62,5% en régimen ordinario y el 26,4% en tercer grado, que se aplica a quienes, por sus circunstancias personales y penitenciarias, están capacitadas para llevar a cabo un régimen de vida en semilibertad. Una de cada cuatro es extranjera. Una de cada cinco, de etnia gitana. Y de todas ellas, unas 80 tienen residencia administrativa o arraigo social en Bizkaia, "principalmente en Bilbao y en municipios de la Margen Izquierda". La nuestra es una de las nueve provincias en las que no existen plazas para mujeres en régimen ordinario en una prisión, así que deben cumplir condena en Álava o Gipuzkoa.
Además, casi otras tantas lo hacen fuera de la comunidad autónoma; no son sólo las detenidas por delitos de terrorismo. Motivo de traslado es tener un hijo menor de tres años a su cargo o estar embarazada. Como ni la prisión de Martutene ni la alavesa de Iruña de Oca cuentan con lo que se denomina 'unidades de madres, con las instalaciones necesarias para criar a un niño, acaban en prisiones de Madrid y Palencia donde sí las hay. "Un problema añadido en estas mujeres es que tienen más dificultades para acceder al tercer grado. Al menos formalmente, ofrecen menos garantías de tener una red lo suficientemente amplia como para satisfacer las exigencias legales para su concesión. Esto explicaría, en parte, el alto porcentaje de mujeres en prisión", revela Ignacio González Sánchez, sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid que ha estudiado las "condiciones del encarcelamiento en el siglo XXI".
Lo cierto es que los casos de presas embarazadas han ido llegando con cuentagotas en los últimos años en Bizkaia, pero basta que se registre uno solo para que la ausencia de este recurso pida a gritos alternativas. Nuevas fórmulas que ya exigió hace una década la comisión de mujeres del Colegio de Abogados de Bizkaia, a través del libro 'Situación de las mujeres en las cárceles del País Vasco, redactado por el sociólogo César Manzano y la abogada Juana Balmaseda. Entonces ya creían "especialmente urgente" una unidad para madres, otra de psiquiatría y una enfermería especializada. "No nos vamos a engañar, ninguna cárcel es el espacio idóneo para que un niño nazca, pero conservar los lazos familiares es todavía más complicado cuando son encarceladas lejos de sus hogares y comunidades, lo que limita las posibilidades de recibir visitas. Así que aquí es mejor que no se queden embarazadas si no quieren verse lejos de los suyos", denuncia Mamen Guimerans, integrante de la asociación de mujeres Hegaldi y voluntaria en Martutene desde hace 24 años. Su labor consiste en "dar cariño, confianza y escuchar a las presas. No necesitan a alguien que les juzgue, para eso ya están los jueces". En su opinión, purgar sus penas entre rejas "desayuda" a las mujeres. "Si usted estuviera casada con un informático, ¿no aprendería mucho de informática? En una prisión es igual. Entre delincuentes lo que más se aprende es a delinquir".
Jóvenes, con dos o más hijos
El perfil de la mujer reclusa es joven, de 20 a 40 años, y con dos o más hijos, de salud precaria por sus malas condiciones de vida (maltratos, hábitos de consumo y sexuales de riesgo), con un nivel educativo bajo, desempleadas en su gran parte o con trabajos de carácter precario y de escasa o muy baja cualificación, "lo que ha provocado que se encontraran en situación de exclusión social incluso antes de su paso por la cárcel", explica Carmen González, de la Asociación Zubiko de Bizkaia, que ayuda a mujeres presas en tercer grado a reconducir sus vidas al recuperar la libertad, entre otras cosas porque "forman parte de la comunidad y merecen dignidad". Muchas de las internas tienen un historial de abusos psicológicos, físicos o sexuales. Reincidentes, el 40% entre los varones el porcentaje es del 60%.
La socióloga y profesora de la UPV Estibaliz de Miguel Calvo, autora del informe 'Mujeres excluidas. Malas mujeres', apunta otro obstáculo al que se enfrentan las reclusas y que no suele aparecer en las frías estadísticas: "El reproche social que sufre este colectivo es mayor que el de los hombres porque abarca conceptos y descalificaciones que van más allá del simple reproche de la sociedad a la persona que delinque". ¿Y qué es lo que han hecho estas 80 vizcaínas para verse privadas de libertad? En siete de cada diez casos, los delitos que las llevan a prisión están relacionados con drogas (robos para pagarla, venta, ajustes de cuentas). "Cada vez llegan más por estafa o fraude y por no pagar multas. Y en una cantidad residual (un 6%), las condenadas por causas violentas", indica Estibaliz de Miguel, que pasó tres años en el antiguo presidio de Nanclares de la Oca para preparar su tesis y donde fue testido directo "de una solidaridad entre mujeres que me dejó impresionada". Tampoco deja de crecer el porcentaje de presas que sufren trastornos mentales.
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