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Ane Urdangarin
Sábado, 25 de octubre 2014, 01:42
¿Las personas optimistas tienen mejor salud? ¿Cómo influye el optimismo a la hora de enfrentarse a la enfermedad? ¿El optimista nace o se hace? El reconocido psiquiatra Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943), que acaba de participar en unos ciclos de diálogo sobre la materia en San Sebastián, sostiene que el nivel de optimismo de las personas tiene bases genéticas, según desvelan erstudios con gemelos, aunque se desarrollará en mayor o menor medida en función de las experiencias que les toque vivir.
¿Qué entendemos por optimismo, ver siempre la botella medio llena?
Como no tenemos un aparato para medir el optimismo, al contrario de lo que pasa con el peso, la temperatura o la tensión arterial, lo que hacemos es preguntar. El optimismo lo definimos por la percepción personal del futuro, presente y pasado. En cuanto al pasado, cuando te dicen que apuntes veinte recuerdos de tu vida, las personas optimistas tienden a recordar más situaciones positivas que negativas. Respecto al futuro, el aspecto más conocido del optimismo es la esperanza. La persona optimista tiende a pensar que el dolor o la enfermedad que sufre se le va a pasar, que los problemas se van a resolver o que en general la humanidad va a mejor.
¿Y el presente?
Se ha estudiado bastante y lo llamamos estilo explicativo: cómo me explico cuando me pasa algo pongamos negativo. Por ejemplo, me quedo sin trabajo. ¿Es algo de lo que tengo toda la culpa? ¿Lo puedo explicar sin culparme a mí completamente? ¿Es algo que me afecta a todo mi ser o solo una parte de mi vida? ¿Se me va a pasar? Imagínate que llego a casa con mal humor, quejándome de todo y mi mujer me dice: «Luis, has debido de tener un mal día en el trabajo». Esa es una explicación optimista, porque quiere decir que no todo es culpa mía, que no va a durar para siempre y que no me afecta a mí en mi totalidad.
¿El optimista nace o se hace?
Sabemos por estudios que se han hecho con gemelos univitelinos, idénticos, que fueron adoptados por padres distintos y se han criado en entornos diferentes, que se parecen entre ellos en su nivel de optimismo más que hermanos que crecen en la misma familia. ¿Eso qué quiere decir? Que los genes nos predisponen. Si tuviésemos que calcular de alguna forma, aunque sea de forma un tanto artificial, podríamos decir que al menos un 40% del optimismo se debe a los genes. Y eso lo vemos en familias donde se dice eres tan optimista, o pesimista, como tu abuelo. Hay un componente de optimismo que está programado en los genes.
Los golpes de la vida
Uno nace optimista, pero ¿hasta qué punto influyen las experiencias de la vida?
Una persona puede nacer optimista por sus genes, pero la vida le da muchos golpes y eso va a ser una prueba. A los que han nacido con un nivel de optimismo más bajo esos golpes les van a afectar más, pero no cabe duda de que no es fácil ser optimista cuando uno crece en un ambiente de abandono, de violencia, donde la autoestima se empieza a dañar desde muy pequeño. Con todo sabemos, y hay estudios muy interesantes, de niños que crecen en ambientes muy negativos y a pesar de todo superan esas adversidades porque tienen esa fuerza genética que les ayuda.
¿Cómo podemos ser más optimistas?
Lo primero es que la persona realmente quiera ser más optimista, porque sin esa conciencia no van a intentarlo. Supongamos que una persona pesimista decide ser más optimista. Lo primero es: piensa en cómo piensas, apunta esas situaciones en tu vida en las que los recuerdos que te vienen son solo negativos, ves un futuro sin esperanza o te echas la culpa de todo. Una vez que vayas entendiendo cómo piensas, el paso siguiente es ver cómo puedes empezar a cambiar tu forma de pensar. Es un proceso largo y costoso, hay que trabajarlo porque requiere ese cambio. Pero es posible hacerlo. Un ejemplo: los pensamientos automáticos, que en general son pesimistas. Hace poco en un avión una señora me dijo: España está fatal. Otro puede decir: Estamos rodeados de maltratadores. O tener pensamientos generales tipo esto no tiene solución, esto no hay por dónde cogerlo... Esos pensamientos automáticos negativos hay que eliminarlos, pero para eso hay que escucharse y darse cuenta de que uno está generalizando de manera negativa. Mejorar el optimismo requiere tener una conciencia de que quiero cambiar y trabajar en ello. De todas formas, aumentar el optimismo es más fácil que disminuir el pesimismo.
¿Un optimista tiene mejor salud?
Sí. El optimista va a pensar que tiene el control sobre su vida, frente al pesimista, que tiende a decir que sea lo que Dios quiera o esto no depende de mí. Eso es menos eficaz frente a quien piensa yo puedo hacer algo por mejorar mi salud o tengo más control. Aunque el control no sea real, tiene más posibilidades. Porque para empezar, el optimista va a buscar la solución, va a tener una actitud activa ante la enfermedad y va a tratar de controlarla, por lo que tiene más posibilidades de curación. También va a seguir los consejos del médico, porque piensa que puede hacer algo por salir adelante. El pesimista piensa esto no tiene arreglo. El optimista, al tener esperanza, también va a tener más entusiasmo porque de forma automática pensará de esto puedo salir, lo contrario al no hay nada que hacer. El optimista recordará también enfermedades del pasado que ha superado y dirá: como superé aquella neumonía, pues esta neumonía o incluso este cáncer también lo voy a superar. A veces nos acordamos de los éxitos del pasado para enfrentarnos a adversidades presentes. El optimista por naturaleza va a buscar conectarse con otras personas, lo que también ayuda ante la enfermedad.
¿Eso está estudiado?
Hay estudios muy curiosos de personas de más de 60 años que dicen que la percepción subjetiva de su salud predice su longevidad. Cuando les preguntan sobre su estado de salud, el que percibe que es muy mala, independientemente de cómo sea realmente, va a vivir menos.
La esperanza es clave
¿Cuál es el veneno contra el optimismo?
El más frecuente y dañino es la enfermedad de la depresión, porque nos roba la esperanza y nos hace culparnos de todo hasta llegar a perder el sentido de la vida. Y la esperanza es el ingrediente más importante del optimista ante la adversidad, la enfermedad.
En España el consumo de ansiolíticos aumenta, aunque la enfermedad mental permanece estable. ¿Estamos convirtiendo problemas de la vida en trastornos mentales?
Hasta cierto punto sí. A menudo confundimos, incluso en el mundo de la medicina, la tristeza con la depresión. Es normal sentirse triste cuando se muere un ser querido, cuando nos divorciamos o la vida nos da un golpe. Pero vivimos en una sociedad en la que se buscan soluciones rápidas a todo, en la que hay una industria farmacéutica muy eficaz, y en la que los médicos están predispuestos a recetar con más facilidad que a sentarse a hablar con el enfermo porque probablemente tampoco tengan tiempo. Así que a menudo buscamos soluciones inmediatas y cuando estamos tristes vamos al antidepresivo o tomamos fármacos para dormir, no necesariamente porque no podamos dormir, sino por si acaso.
Satisfacción con la vida
¿Hemos convertido la infelicidad en un problema?
Hasta cierta forma sí. Suelo definir la felicidad como la satisfacción con la vida en general. ¿Del 0 al 10 cuál es tu nivel de satisfacción con la vida en geeral?, suelo preguntar. La mayoría responde un 7, un 8, un 6... ¿Por qué? Porque nuestros genes están programados para sacarle a la vida lo mejor que ofrece, porque de lo contrario nuestra especie habría desaparecido. Las personas que están sufriendo continuamente no piensan en seguir viviendo o en reproducirse. Un nivel de satisfacción con la vida es fundamental. En cambio, si preguntas sobre el nivel de satisfacción respecto al mundo en general, la gente suele puntuar menos, da un 4, un 5. La mayoría se da a así mismo un 8 pero el mundo está fatal. Es una tendencia normal la de pensar que somos más felices que los demás.
¿Y dónde está el secreto de la felicidad?
La gente me pregunta la receta y he fallado tantas veces con el consejo que ahora lo que hago es recomendar sentarse y apuntar en una página las diez cosas que te hacen sentirte feliz o bien y, en otra, qué estás haciendo para promover esas situaciones. Si te sientes bien cuando estás con los nietos, habrá que organizase para estar más tiempo con ellos, o para leer un tipo de libros en concreto, o quedar con los amigos, o para practicar tus talentos...
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