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Marta Peciña
Miércoles, 5 de abril 2017, 08:32
«Esto es una rebelión contra el olvido en el que ha estado durante cuarenta años José Arrúe». Félix Mugurutza, investigador y peleón a partes iguales, ha iniciado la recuperación de la memoria de uno de los más importantes pintores vascos del siglo XX, llodiano de adopción. Aunque el cariño hacia la obra de este artista costumbrista lleno de ironía es moneda común, nadie parece querer recordarle en el 40 aniversario de su fallecimiento, que se cumple el próximo 5 de abril.
Pero ahí está Mugurutza para hacerse oír. Ha convocado una conferencia «para conversar sobre la trascendencia de su obra, la aportación que supone al estudio de nuestra historia y para ver algunos de sus cuadros». Compartirá lo que sabe con todos los asistentes a la charla que tendrá lugar el mismo miércoles en la sala Arraño de la Casa de Cultura a las 18.30 horas.
«Es una lástima que en Llodio apenas se le recuerde». Excepto por una calle que se le dedicó en los años 80 y la reproducción de uno de sus cuadros en el batzoki, no quedan recuerdos de su obra en la localidad a nivel público, ni siquiera una placa que recuerde la casa en la que vivió, en Areta, y desde donde pintó varios cuadros, o donde falleció, encima del cine Avenida en 1977.
Tampoco hay planes para recordar su trabajo, que es «fundamental a la hora de conocer la época en la que vivió». Sus cuadros están llenos de detalles, desde la garrafa que protagonizaba las romerías en Orozko, a la ropa que usaban las personas mayores y la pujanza moderna del pantalón de mil rayas al que enseguida se apuntaron los jóvenes.
José Arrúe nació en Bilbao en 1885 en el seno de una familia acomodada. Cuatro de sus seis hermanos se dedicaron profesionalmente a la pintura, pero sólo él desarrolló un estilo propio, lejos del academicismo, que a juicio de Mugurutza era un intento de reflejar la sociedad en la que le tocó vivir, pese a que sabía que se estaban perdiendo aquellas costumbres. Arrúe vivió con su tía Matilde desde niño. Con ella viajó a París e Italia y estuvo en contacto con el mundo artístico e intelectual de la época.
Reses bravas en Orozko
Nada hacia sospechar que recalaría en Llodio, pero en 1909 apostó con un amigo que aprendería a torear antes que su compañero a pintar. Así que aprovechó aquel verano para practicar con las reses bravas que había en Orozko y allí conoció a su esposa, Segunda Mendizábal.
Orozko, Llodio y sus alrededores fueron siempre una fuente de inspiración para el pintor, que reflejaba en sus cuadros aquella sociedad rural. «También conoció a Ruperto Urquijo y coincidió con él en Llodio», explica Mugurutza, que detalla con entusiasmo que ambos comparten el título de algunas obras como Luciano y Clara, Katalín, El aeroplano o El automóvil. Su trayectoria internacional le llevó a exponer en Uruguay y Argentina. En Euskadi tiene obra en los Museos de Bellas Artes de Bilbao y Álava, entre otros.
Publicó en muchos periódicos dibujos de corte satírico, pero la Guerra Civil truncó su carrera. «Era de ANV y el franquismo borró su obra», explica Mugurutza. Pasó por varias cárceles y regresó a Areta en 1940. A pesar de que siguió pintando, pasó verdaderos apuros y en 1963 se fue a vivir con su hija María Luisa a un piso en la calle Virgen del Carmen. Su muerte coincidió con una muestra colectiva de los hermanos Arrúe que organizó el Banco de Bilbao. Ahora, cuando se cumplen 40 años de su fallecimiento, «sería imperdonable que no se organice la exposición que merece», concluye Mugurutza.
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