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La Catedral de Santa María y la cruz procesional robada.
El extraño robo del tesoro de la catedral vieja de Vitoria

El extraño robo del tesoro de la catedral vieja de Vitoria

El 8 de diciembre de 1981 unos desconocidos se llevaron la cruz de plata de Cellini y diez vasos sagrados de oro y plata. 34 años después siguen desaparecidos

Francisco Góngora

Martes, 3 de febrero 2015, 02:07

La crónica de EL CORREO del día 10 de diciembre de 1981 decía que se había cometido el mayor expolio de obras de arte del siglo XX. La apreciación podía ser exagerada porque a principios de siglo una familia de anticuarios, los Ruiz, había hecho el mayor saqueo del patrimonio religioso alavés y de todo el Norte de España. Pero es cierto que las piezas desaparecidas por calidad y cantidad constituían un gran botín valorado en más de 35 millones de pesetas de la época. Muchas cosas cambiaron en la protección de los bienes religiosos después del latrocinio. No se habían tomado medidas y los cacos lo tuvieron muy fácil.

En la noche del 7 al 8 de diciembre de 1981 un grupo de desconocidos robó diez vasos sagrados, ornamentos de metales preciosos y la cruz procesional del famoso orfebre italiano Benvenutto Cellini, el top ten del patrimonio de la diócesis. En ese momento, la falta de medidas de seguridad facilitó la libertad de actuación de los ladrones, que se ocultaron en el templo al terminar los oficios religiosos y dispusieron de toda la noche para saquear el tesoro de la catedral.

Las primeras investigaciones policiales adjudicaron la autoría del robo a delincuentes comunes, sospecha basada en el hecho de que los ladrones despreciaron tallas y pinturas de gran valor artístico y se centraron en los objetos hechos de metales preciosos, más fáciles de transformar en dinero contante y sonante que cuadros o tapices o tallas. Eso, precisamente, preocupaba al Obispado y a la Policía al haber piezas tan extraordinarias como la de Cellini.

El expolio fue descubierto a las siete de la mañana del martes cuando los auxiliares de la catedral llegaron para preparar los oficios religiosos del día de la Inmaculada, 8 de diciembre. Entonces observaron que el camarín en el que se guardan los vasos sagrados y otros objetos de culto se encontraban abiertos.Todas las versiones coincidieron en afirmar, según el relato de nuestro periódico, que los autores se aprovecharon de una misa celebrada a las ocho de la tarde del lunes para esconderse en algún lugar del templo hasta que se cerraron sus puertas. Desde las nueve de la noche del lunes hasta las siete de la mañana del martes los ladrones dispusieron de una completa libertad de movimientos para cometer el saqueo. Penetraron por una capilla lateral del templo hasta la sacristía en la que se encontraba el camarín de los objetos de culto. El obispado negó que se tratara del tesoro puesto que no eran las únicas piezas de valor que tenía la catedral, pero era indudable que se llevaron auténticas joyas.

La ausencia de medidas de seguridad facilitó la tarea de los cacos. Incluso es muy posible que para abrir la puerta del camarín, cuya única protección era su grosor y una chapa de latón, utilizaran su propia llave, que estaba situada en otra dependencia o una ganzúa muy perfeccionada, ya que no se apreció ninguna señal de violencia en la puerta. Una vez conseguido el botín, los ladrones abandonaron el templo por una puerta lateral que da a la calle Cuchillería después de desatornillar la cerradura.

35 millones

Los objetos robados fueron siete cálices de oro y plata, uno de ellos gótico, y con incrustaciones de piedras preciosas, otro barroco, y el resto de estilo plateresco; tres copones del mismo metal precioso; una custodia de plata de 25 centímetros de altura, utilizada en la procesión del Corpus y las dos coronas de plata y pedrería de la Virgen del Rosario y el Niño.

Sin embargo, la pieza más valiosa de todas era una cruz procesional de 0,75 por 0,72 centímetros de tamaño, hecha de plata, atribuida al genial orfebre italiano Benvenutto Cellini. Fuentes consultadas por este periódico cifraron, aproximadamente, en 35 millones de pesetas el valor del conjunto, imputable sobre todo a la cruz que, aunque no tenía marca de platero, se le atribuía al orfebre italiano.

Las piezas robadas no eran las clásicas para coleccionistas que aparecían en los mercados clandestinos de arte ya que en ese sector no se quieren objetos de culto. La Policía creía que era obra de rateros que buscaban el valor de los metales preciosos más que el artístico.

Se temía lo que finalmente pudo pasar, que los autores del robo desfiguraran o fundieran las piezas para hacer más fácilmente vendibles los metales preciosos y con ello destruyeran su valor artístico que en el caso de la cruz procesional sería una pérdida irreparable. Eso era lo que pensaba la Policía y que el deterioro de las piezas solo se podía evitar con su rápida recuperación.Después de 34 años las piezas no han aparecido, cumpliéndose seguramente la sospecha de que fueron fundidas.

El cabildo catedralicio reconoció después la falta de vigilancia y de sistemas de seguridad electrónicos, aunque rechazó cualquier responsabilidad. Sin embargo, hubo un antes y un después tras el expolio. La diócesis se dio cuenta que los viejos sistemas de salvaguarda del patrimonio se habían quedado obsoletos y que en esos momentos peligraban todas las piezas de valor que se encontraban a la vista en las iglesias. Se hizo, por fin, un catálogo de todos los objetos de valor de las iglesias porque no había ni fotografías de algunas piezas robadas. Esa era la confianza de la Iglesia.

La cruz procesional vitoriana seguía los pasos de otras obras importantes robadas como la Cruz de la Victoria en Oviedo o el retablo de Aralar, posteriormente, restituido. La pieza de Cellini, según el catálogo de la Diócesis realizado por Micaela Portilla, data de 1540 y "ofrece en sus brazos riquísimos relieves dorados y orlas de querubines, elementos vegetales estilizados y grotescos de extraordinaria fantasía y belleza de los remates". En su anverso el artista había cincelado cuatro escenas de la Pasión, el busto de cuatro apósoles y escenas alegóricas que se repiten en el reverso, dedicado al ciclo de Navidad. Según Micaela, era de estilo plateresco, el iniciado por otro grande, Antonio de Arfe. Para saber más acerca de Cellini, la wikipedia cuenta con abundante información.

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