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FRANCISCO GÓNGORA
Martes, 11 de febrero 2014, 13:56
Si algo ha caracterizado a las guerras en las que se ha visto envuelto el territorio alavés a lo largo de su historia desde las luchas intestinas de Pedro el Cruel contra Enrique II en el siglo XIV a la última Guerra Civil es que siempre han participado en ellas tropas extranjeras. Franceses, ingleses, alemanes, portugueses han batallado en nuestros montes y en la Llanada desde hace siglos.
También ocurrió durante la Primera Guerra Carlista, un enfrentamiento que se desarrolló en España entre 1833 y 1840 entre los carlistas, partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón y de un régimen absolutista, y los isabelinas, defensores de Isabel II y de la regente María Cristina de Borbón, cuyo gobierno fue originalmente absolutista moderado y acabó convirtiéndose en liberal.
A finales de 1835 unos 10.000 hombres de la denominada Legión Auxiliar Británica se instalan en Vitoria, capital estratégica durante toda la guerra y que los carlistas con Zumalacárregui a la cabeza no pudieron conquistar.
Los británicos, comandados por George Levy Evans (un militar que ya había participado en la batalla de Vitoria en 1813) participan junto a las tropas liberales en la denominada Batalla de Arlabán, un conjunto de operaciones militares que se desarrollaron 16 y 17 de enero de 1836, para ocupar este importante puerto que custodiaba el Camino Real a Francia, en poder de los carlistas. Las tropas, comandadas por el general Luis Fernández de Córdova, contaban además con la Legión Francesa o Argelina y unidades al mando de Baldomero Espartero, divididos en tres frentes que pretendía efectuar una acción envolvente sobre el enemigo. Aunque conquistado el alto y la localidad de Villarreal de Álava, el día 18 de enero los liberales tuvieron que abandonar la zona debido al alto número de bajas y se retiraron a Vitoria.
La capital alavesa, entonces un gigantesco cuartel con más de 22.000 soldados de distinto pelaje, era todavía una ciudad con un perfil casi medieval en su aspecto y se había fortificado tras el asalto carlista. Gran parte de la provincia estaba dominada por las tropas del aspirante Carlos.
Había otro tipo de voluntarios denominados Chapelgorris, en el que se integraban italianos, franceses y 200 aragoneses a los que se le llamó peseteros y defendían la causa liberal (existió un cuerpo homónimo en el lado carlista). Todos estos ingredientes complicaron la vida en Vitoria y hubo grandes problemas para alojar a los expedicionarios.
Los Chapelgorris, buenos en la batalla, efectuaron sus tropelías en los alrededores de Vitoria saqueando pueblos y asesinando vecinos. Sin embargo, la Legión Mixta Británica vio cómo sus efectivos fueron diezmados por la enfermedad. Esto, unido a la mala alimentación y la demora de las pagas, los dejó en un estado lastimoso física y anímicamente. En los 5 meses de estancia murieron 1.500 británicos y muchos de ellos enfermaron. Dado que en otras ciudades acantonadas como Santander, Bilbao o San Sebastián no enfermaban, los mandos empezaron a sospechar que algo raro pasaba.
Organizaba las fugas
Las difíciles condiciones de los británicos les hicieron desertar hacia el bando carlista. Las fugas las organizaba el panadero que suministraba pan a la Legión como se comprobó con posterioridad.
El sargento Richardson era uno de estos desertores y tenía un sobrino en Vitoria llamado Nangles. A él se dirigió en carta el sargento para contarle lo bien que le trataban los carlistas, ya que le daban buenos alimentos y cobraba con regularidad. En la misiva le invitaba a seguir sus pasos, indicándole que en el panadero hallaría facilidades para conseguir la fuga.
Nangles no fue al panadero sino que se lo comunicó al capitán Byrne, que a su vez siguió la cadena de mando, con lo cual la legión británica encontró lo que estaba buscando, alguien que perteneciera a la quinta columna del enemigo. Su arresto sería un castigo ejemplar que atemorizaría al resto de conspiradores.
Nangles se presentó, con la aprobación de sus jefes, en la tahona de José de Elósegui diciéndole que quería pasarse al bando carlista. El panadero no le hizo caso y afirmó no saber nada del tema, hasta que el soldado sacó la carta de su tío. Entonces cambió de parecer y pensó en ayudarle. Ante esta posibilidad, Nangles le comentó que con él había siete soldados más que querían junto a él desertar. Elósegui se tragó el anzuelo y aceptó el reto.
El día acordado para la fuga, por la noche se presentaron en casa del panadero varios soldados y el capitán Byrne disfrazado de sargento. José de Elósegui les presentó a un espía carlista que ya había hecho el recorrido en otras ocasiones. Todos ellos partieron y aún no habían cruzado la muralla cuando el capitán Byrne y sus soldados se identificaron y detuvieron al guía, que presa del pánico confesó su culpa y la del panadero. Con la detención de Elósegui se avivó la historia del envenenamiento de los soldados pues el panadero suministraba el pan a la tropa. Se celebró juicio público y fueron condenados a garrote vil. La ejecución se llevó a cabo el 28 de marzo de 1836.
En los registros realizados en casa del panadero se encontró gran cantidad de sustancias venenosas.
Los vecinos dudaban de que se iba a cumplir la sentencia por ser Elósegui una persona influyente. Pero ésta se ejecutó en la plaza vieja (hoy Virgen Blanca), donde se levantó un cadalso elevado 1,5 metros del suelo y se procedió a la ejecución de ambas personas. José de Elósegui ha pasado a la historia por su lealtad a la causa carlista y su participación en el combate oscuro de la retaguardia o de la quinta columna, pero también por causar el mayor número de víctimas de la historia por un envenenamiento masivo. Llama la atención que no se haya conservado referencia a un cementerio inglés como si ocurrió en Santander o San Sebastián
Los textos están tomados de un artículo de Landazuri en EL CORREO sobre José de Elósegui y de la obra de Carlos Ortiz de Urbina Vestigios militares de las Guerras Carlistas en Álava
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